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Ahora va a resultar que, además de llevar dentro un seleccionador de fútbol, todos somos uno poco vulcanólogos... Lo digo porque ayer lo fácil era que cada cual sacase conclusiones en torno a si alguien se había equivocado, si el semáforo estaba amarillo cuando debía encontrarse ya en rojo...

Es evidente que los vulcanólogos son los primeros que no quieren equivocarse, como también es incuestionable que llevan tiempo advirtiendo que pronosticar a qué hora de qué día y de qué mes se va a producir una erupción es prácticamente imposible. Y así fue.

Debemos, en todo caso, quedarnos con lo menos malo: al cierre de esta edición no había daños personales. ¿Y los materiales? Pues los hay y es incuestionable que serán elevados. Porque no es solo una cuestión de dinero, sino también de sentimientos. Lo digo viendo las imágenes de esas casas en las que la lava entra como un camión oruga, con cierta parsimonia pero llevándose por delante todo lo que hay. Nada ni nadie puede parar este fenómeno natural, razón de más para anteponer la salvación de la vida, pues lo otro, por muy costoso que sea y muy doloroso que resulte la pérdida, tiene remedio. Es clave, por consiguiente, hacer caso a los expertos cuando concluyen que toca evacuar una zona: negarse supone arriesgar la vida propia y la de quienes trabajan para garantizar la seguridad de todos.

Otra de las lecciones que deja este proceso eruptivo es el recordatorio de que la naturaleza está ahí y que hay fenómenos que no tienen freno, por muy Primer Mundo que seamos. Algo de eso vino a poner en valor la pandemia y ahora la erupción ayuda a que bajemos los pies a la tierra, esa de la que precisamente salen toneladas de lava. Y el recordatorio es acertado porque vivimos en zona volcánica: el suelo que pisamos fue lava no hace tanto -ayer mismo en términos geológicos-, de manera que estamos asistiendo a un episodio más de la historia natural de Canarias. Ni más ni menos.

En cuanto a la reacción institucional, reconforta ver a representantes de todas las administraciones unidos y sin que nadie aproveche para poner la zancadilla o dar un codazo. En cuanto a la visita del presidente Pedro Sánchez, no faltarán los que digan que vino a hacerse la foto, pero también me pregunto qué diríamos si no hubiese comparecido. Estamos ante un hecho natural cuyo último precedente en tierra hay que buscarlo hace 50 años, de manera que está claro que, frente a un evento histórico, mejor pecar por exceso que por defecto.

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