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La voz de un catalanista

«El nivel de la política se ha degradado. Y de una democracia dice mucho tanto el mecanismo de selección de cada formación de sus candidatos como el perfil de estos»

Miércoles, 15 de julio 2020, 04:05

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Son días de recogimiento para tratar de desconectar y dedicarte a algunas lecturas pendientes. Justo ando ahora con El riesgo de la verdad (Planeta) de Josep Antoni Duran Lleida. Como voy por la mitad, solo puedo decir que va mereciendo la pena. Pero viene a cuento, primero, porque Duran Lleida tuvo un gran protagonismo en la escena política nacional mientras que actualmente ha desaparecido desde que se rompió la extinta CiU. Además, son las memorias de un dirigente que forjó su trayectoria en conceptos como el humanismo cristiano, el compromiso social y el catalanismo; términos, especialmente los dos primeros, que a los abonados a las redes sociales les debe sonar al lenguaje de los marcianos.

Hubo un tiempo, no precisamente lejano, en el que los que se dedicaban a la vida pública leían y mucho. Estaban curtidos por dentro, ya fuera por la clandestinidad ante el franquismo (los de la izquierda) o porque en sus casas había ensayos de teoría política. No es de extrañar, por lo tanto, que ahora algunos participantes de diversos partidos en los debates den pena esgrimiendo frases a modo de eslóganes o palabras rimbombantes que, en realidad, no dicen nada. Como en el fondo son conscientes de sus lagunas, lo que hacen es suplirlo con mucho desparpajo, por no decir cara, que no sirve porque antes o después el público les retrata.

El nivel de la política se ha degradado hasta puntos alarmantes. Y de una democracia dice mucho tanto el mecanismo de selección de cada formación de sus candidatos como el perfil de estos. Son reflexiones que arrastro desde hace mucho y que en jornadas festivas como estas, y a la luz del testimonio de Duran Lleida, asoman recurrentemente. Esto ocurre tanto a escala nacional como canaria, asimismo en el Viejo Continente al calor de los populismos, pero que en algún momento tendrá que detenerse aunque sea fruto del colapso. Los problemas de la sociedad siguen estando vigentes y los gobernantes no saben cómo gestionarlos. Duran Lleida era un nacionalista catalán pactista que trató de sacar provecho para su tierra arañando concesiones de presupuestos y competencias tanto al PSOE como al PP. No se subió al tren del soberanismo que, llegado un momento, le arrolló; dicho sea en términos políticos. Entendió que era el instante de ir pensando en irse. Y su talla personal se echa en falta aunque en los últimos comicios catalanes no cosechó los resultados deseados y le obligaban a dimitir. Pudo ser ministro de Asuntos Exteriores en el primer Gobierno de José María Aznar, pero le dijo que no. Cuesta entenderlo. Casi como la evolución de Aznar que empezó diciendo que hablaba catalán en la intimidad y luego salió de La Moncloa tras un frenesí recentralizador que envalentonó a los diferentes nacionalismos. Todo esto, como aquel que dice, fue el otro día. Sin embargo, se antoja muy distante. Y, mucho me temo, el país va a peor.

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