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En el fútbol la ilusión se regenera en apenas un par de días. El cabreo dura lo que tarda en llegar el miércoles, tras el lunes de ira y el martes de resignación. La ilusión nace, crece, se reproduce y muere. Esto último solo si se pierde, porque la eternidad solo está reservada para Pelé, Maradona y Messi. Y, en el caso de decepción, luego la ilusión vuelve a latir tras difuminarse el resultado del fin de semana anterior.

Los fracasos en el fútbol forman parte del pasado. Son efímeros. Y casi siempre son culpa del entrenador. Duran apenas 7 días, o 15 si juega la selección. Cuando comienza a rodar el balón los malos recuerdos ya no escuecen. Cura la medicina de la ilusión y otros intangibles rancios como el amor a los colores, el beso al escudo o la poesía del himno. El fútbol es de ilusos.

La esperanza revive cada jornada hasta que las matemáticas la desmienten. El aficionado se niega a dejar de creer, aunque sepa que casi siempre detrás llegará el desengaño. Es el fútbol, que se retroalimenta de polémicas, debates y alineaciones de bar, y al que todos sucumbimos.

Muchos rompieron su abono, juraron que nunca volverían a coger nervios o frío en la grada, e incluso llegaron a renegar de la camiseta... Señalan al banquillo, pitan a los jugadores o vociferan al palco. Es el reparto histórico de las culpas como consecuencia de la decepción colectiva. Pero todos regresarán, al estadio muchos, y otros tantos mirarán de reojo la televisión o estarán pendientes del tintineo de los goles en clave morse. Para cargarse de razón o volver a ponerse la bufanda, según el resultado.

Es la frustración cíclica de todo aficionado medio. Para disfrutar solo están los del Barça y el Madrid. El resto tenemos que romper la quiniela cada fin de semana mientras nos aferramos a los recuerdos felices de nuestra memoria selectiva y nos agarramos a que las cosas pueden cambiar para bien. Solo existe el presente, resumido en poco más de 90 minutos. Suficiente para cambiarnos la vida hasta el siguiente fin de semana.

El fútbol nos recuerda constantemente que somos seres de sentimientos encontrados, pusilánimes o tiranos en solo hora y media, además de profundamente nacionalistas cuando juega nuestro equipo. Todas esas contradicciones hacen grande este deporte mercantilizado y despojado de sentimientos en los últimos tiempos. Pero este fin de semana hay derbi. Por lo que, al menos durante el tiempo que estén los nuestros sobre el campo, volveremos a ilusionarnos.

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