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La tapadera

Jueves, 1 de enero 1970

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Recuerdo buscar por las estanterías de mi casa La Tapadera, una novela de suspense de esas que escribía John Grisham y que iban siendo publicadas, una detrás de otra, corriendo detrás del dinero de las adaptaciones de Hollywood. El motivo que me llevó a ello es que había leído en el periódico que durante una pretemporada ese libro era motivo de debate y préstamo entre Paquito Ortiz, Juan Eleder y Koldo Sarasúa, tres perfiles elementales de aquel fútbol que nunca volverá. Tres personajes de clara identificación con el escudo de la Unión Deportiva; profesionales intachables en el escrutinio público. Tres futbolistas ejemplares de las que ya no quedan.

Muchas de aquellas sensaciones, añejas como un ron reserva, me invadieron al ver a Paquito ponerse al frente de Las Palmas ante el Betis. No es habitual en este club recuperar perfiles como el suyo. Sensatos y cualificados. Más bien lo natural en la entidad es el giro incesante de puertas giratorias por amistad u otros asuntos.

La presencia de Paquito tuvo un efecto integrador, también muy propio de otros tiempos, incluso para una afición devastada por una Unión Deportiva que envuelta en banderas que no representan su histórico pedigrí es carne de Chiringuito por su forma de hacer las cosas. Además de un artículo de lujo, sobredimensionado el precio de sus entradas, como se encarga de recordar con pitos la grada cada vez que la megafonía chirriante del Estadio de Gran Canaria informa de la asistencia de cada partido.

Por eso dolería especialmente que alguien como Paquito fuese una tapadera más de un modelo de gestión contaminado. Ese que alimenta a los perros de presa contra las voces críticas mientras vuelve a dejar las ventanas abiertas, a riesgo de que la corriente traiga portazos en lo que llega el nuevo entrenador.

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