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Directo Vegueta se tiñe de blanco con la procesión de Las Mantillas

La sonrisa

Jueves, 1 de enero 1970

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No están los tiempos para sonrisas, pero si no sonreímos estos tiempos serán todavía menos habitables. Admiro a las personas que sonríen iluminando sus miradas y dejando un halo de alegría por donde pasan. Podían elegir una mirada torva y un gesto severo. Son muchos los que eligen esa desagradable presencia, ese mohín avinagrado y agresivo que ensombrece el espacio por el que transitan a diario. Muchas veces eres el gesto que transmites y tu propio estado de ánimo depende casi siempre del compromiso que tengas contigo mismo.

Leer un buen libro, contemplar un cuadro bello, acercarte al mar, escuchar una emocionante melodía o no desdeñar ni una sola flor en los caminos ayuda a que la vida cambie el color y el sentido, aun en las peores circunstancias, cuando crees que no hay salida o te empeñas en buscar fuera lo que solo puede acontecer cuando recorres tu interior como si fueras un espeleólogo de ti mismo. Cada cual elige entre dos caminos todo el tiempo. Muchas veces no te das cuenta, pero es así, tú determinas tu propio destino aunque te encuentres toda clase de muros delante de tus ojos, o aunque lo pierdas todo de repente. Puede que el gran misterio sea celebrar cada segundo de la existencia. Cuando hablaba de la alegría, no me refería a la sonrisa bobalicona sino a la satisfecha, a la que sientes que te ilumina por dentro y a la que relaja algunos músculos que ni siquiera eras consciente que podías sentir como si fueras un afinado instrumento en medio de una orquesta. No es fácil llegar a ese estado, no es un camino expedito el que te lleva a ese gesto sereno de los Budas y de quienes llevan tiempo disfrutando cada instante como si fuera siempre su último momento, porque nunca sabes cuándo va a ser ese último momento, y porque nuestro cerebro solo puede dar fe de la vida presente. El otro cerebro, el que aprende a intuir y a disfrutar si uno lo entrena, sí sabe que es posiblemente la sonrisa lo que abra las puertas del cielo más cercano que tenemos. Podía escribir sobre los pactos recientes de las instituciones, sobre algunos de los libros que me han gustado últimamente, sobre política internacional o sobre ese verano que ya se asoma al final del horizonte, con los días más largos y con ese olor a sandía y a salitre que nos devuelve a la infancia como un requiebro casi mágico de ese cerebro que jamás olvida los momentos felices que ha podido ir guardando aunque nosotros no nos hayamos dado cuenta. Las personas longevas y sanas sonríen todo el tiempo. Tienen el alma limpia y el corazón contento, y cuando recuerdan, en lugar de maldecir lo que perdieron, agradecen a la vida cada encuentro, cada vereda que transitaron y hasta las espinas que les hirieron. De esas heridas fue justamente de donde nació el fulgor de esa sonrisa que los vuelve hedonistas y eternos.

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