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La soberbia de Rato

Jueves, 1 de enero 1970

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Nunca me ha gustado Rodrigo Rato. Lo conocí por razones de trabajo en el 96, recién ganadas las elecciones por Aznar, siendo vicepresidente y ministro de Economía. Aparentaba serenidad y mucha planta en público, pero también lo hacía en privado. Los políticos locales que trataron con él, nunca lograron entrarle de forma personal. Marcaba las distancias con todos, incluso con el personal que lo rodeaba. Alguien del PP canario recordará aquel viaje desde el Aerpuerto de Gran Canaria al Hotel Santa Catalina en un coche oficial. Durante todo el trayecto no dijo absolutamente nada. Rato se hacía acompañar siempre por algún político local en sus viajes, pero, en el fondo, despreciaba la compañía y se dedicaba a repasar papeles y a leer. No se interesaba por ninguno de los temas que su interlocutor le planteara, levantaba la vista y la volvía a hundir en la lectura, en clara señal de que aquello era puro protocolo y que la cuestión era representar bien los papeles asignados. Después se desataba en saludos y discursos, pero, una vez acabada la fiesta, volvía a su estado de recogimiento, de enfado o endiosamiento. Y es que en aquel momento era dios en la tierra. Lo era por partida doble, como pepero mayor y como vicepresidente económico. Su fama crecía a medida que el milagro de la recuperación económica se hacía realidad gracias a la burbuja inmobiliaria que nos llevaría a otra crisis. Llegó al máximo apogeo en el 2000 con la integración de España en la zona euro y las gloriosas cifras económicas de los siguientes años, que nos permitieron tener un lugar en el G8, visitar asiduamente el rancho de Bush o declarar la guerra en las Azores.

Por ello, no me sorprendió la soberbia con la que se condujo el martes en la Comisión de Investigación del Congreso. A pesar de la que le ha caído encima, de las humillaciones de su partido y de las que sufrió a manos de los agentes de Hacienda, empujándolo dentro de un coche policial como si fuera cualquier detenido, el mítico Rato no ha perdido la compostura pública, ha dado explicaciones, las que ha querido y se ha mantenido en esas formas exasperantes del que cree que nada le va a pasar y del que se siente protegido por su verdad.

Cuentan en el PP de Madrid y en los ambientes periodísticos que, en privado, más de una vez se ha subido a la parra y ha sacado el machete contra todos, exhibiendo su soberbia, pero, siempre en privado y ante interlocutores muy selectos.

El martes todos pudimos ver al Rato, que, aún contenido, explosionó para defender su honor. Está en su derecho, pero razones que justifiquen la falta de humildad no tiene ninguna, salvo las que se ha creado a sí mismo. Rato es y ha sido un político y al calor de la política montó su fortuna personal, sus negocios paralelos, su artificio societario. Por servir en lo público lo premiaron con la presidencia del Fondo Monetario Internacional y lo hicieron presidente de Bankia. Rato, escondido en esa compostura, ha gozado de los mayores privilegios que nadie pueda imaginar, del poder más absoluto, sólo superado por Aznar y de la impunidad más escandalosa. Es posible que le deba su desgracia a De Guindos, pero son muchos los desgraciados que dejó en el camino en su etapa de todopoderoso. Y, en todo caso, vivan los intereses encontrados y los enemigos. Son uno de los eslabones más apreciados de la verdad y la transparencia, tan vitales para la democracia.

Rodrigo Rato debe tener en cuenta que está condenado por el uso abusivo y el dispendio que permitió con las tarjetas black. Basta recordar, para descalificar su altanería, en qué se gastaba el dinero de su propia tarjeta, repasar uno a uno los movimientos y concluir que, quien así se conduce con dinero de impositores pudo hacer lo mismo con dinero público. Debe recordar también que él, y nadie más que él, es el responsable del fiasco de Bankia, que hemos pagado todos los españoles y que, posiblemente, no cobraremos nunca.

Pero hay más motivos por los que Rato debe cortarse un poco y no ofender a la inteligencia de los diputados y de los españoles. El exvicepresidente tiene varias causas abiertas en las que debe explicar algunas cuestiones de la gestión de su patrimonio, incluido el entramado societario para evadir impuestos. Rato va camino de convertirse en uno de los delincuentes económicos que más afrenta hayan producido a su partido y a la reciente historia de España. Jueces o fiscales le atribuyen al menos 14 delitos en distintos procesos judiciales que pueden ser penados con varias décadas de cárcel... y él amenazándonos a todos.

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