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La sucesión de Mariano Rajoy en el PP va a ser el espectáculo del verano. Hemos pasado del dedazo (el que aplicó José María Aznar ante el propio Rajoy) al proceso interno de elección democrática. Es un avance. Lo que no quita es que promete dado primero el elevado número de aspirantes (solo falta que Aznar quiera volver) y luego la clara pugna (con tintes personales y de ansia de revancha) entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Una guerra sin cuartel en el centroderecha.

El modelo de primarias funciona como la seda en Estados Unidos donde justo el peso de los partidos políticos (el denominado aparato) es escaso y sirve únicamente cuando llegan los procesos electorales. En Europa no es así. La cultura de partidos en el Viejo Continente, especialmente en la izquierda, es más estructurada; al menos, hasta la llegada de los populismos. De ahí, se explica que estos mecanismos también tengan sus costes políticos en cuanto que facilita dejar vencedores y vencidos. Con los sistemas de delegados practicados antes, es más accesible la integración entre las diferentes sensibilidades orgánicas. Pero esto ocurre como con las normativas electorales: no hay ninguna perfecta y cada país aplica el suyo más allá de los parámetros comunes.

La tarde en la que Rajoy pudo dimitir y no lo hizo pasará a ser analizado con lupa. No quiso hacerlo para no irse de La Moncloa amonestado por la corrupción y salvar así su imagen estrictamente personal. Es legítimo y entendible. Aunque a su organización le ha perjudicado el manejo de un nuevo ciclo inesperado que no sabe cómo encarar en aras de salvaguardar la unidad interna. Eso sí, si le sale bien la jugada al PP, ya Ciudadanos quedará debilitado. El PP comerá el espacio de supuesta frescura de Albert Rivera. Y la llegada al Gobierno del PSOE hace el resto. Rivera se queda sin discurso. Además, si Pedro Sánchez opta por tener gestos con Cataluña y, por su lado, el nuevo jefe de filas de los populares se inclina por la legalidad estricta como herramienta, Ciudadanos ya no tendrá variantes que ofrecer ante el asunto soberanista. Su campo será ocupado cuando menos por el PP.

Todo esto se parece a las primarias de los republicanos al otro lado del Atlántico cuando toca elegir candidato a la Casa Blanca. Gracias que no surge un aspirante al estilo Donald Trump. Y casi tan interesante como el proceso en sí, será cómo curar las heridas cuando se cierre el congreso. Ya sin Rajoy, es una incógnita la dirección por llegar a la sede en la calle Génova. Y las formas en política son imprescindibles para hacer equipo. Su futuro electoral depende de las próximas semanas.

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