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Los especialistas saben de lo que hablan, pero me temo que, como siempre, hay demasiada gente que saca la lengua a pasear y a soltar supuestas verdades absolutas. En toda esta crisis, solo se me ocurren preguntas, y me asombra que haya personas que lo despachan todo de un plumazo. Para empezar, habría que decir a quienes afirman que volver a la calle aunque sea con mascarilla podría haberse hecho sin necesidad del confinamiento, se olvidan de que el 14 de marzo la capacidad de contagio del virus era de 3 y ahora es de 0,1. Es decir, la posibilidad de contagio es ahora 30 veces menor que hace dos meses y medio. Sigue habiendo peligro, pero puede controlarse si se cumplen las medidas colectivas e individuales que marcan las autoridades sanitarias. Y para ello hubo que encerrarse para dejar al virus sin campo de acción.

Ese era el objetivo, y se ha cumplido, aunque dolorosamente hay miles de muertos y personas que han sufrido muchísimo, aparte del estrés profesional y mental de los sanitarios, que han tenido que batirse contra un gigante y muchos han perdido la vida en ese combate. Conviene no olvidarlo, porque la memoria es muy flaca y puede que volvamos a adorar becerros de oro. Por eso es tan importante que en las sucesivas fases de la desescalada hagamos las cosas bien, porque el virus sigue ahí, y la disminución de las posibilidades de contagio es directamente proporcional al gran esfuerzo realizado y a la centinela individual de cada uno de nosotros. Hay que reactivar la economía, pero no es solo eso, hay que volver a tener una vida razonablemente humana.

Unos pretenden que todo vuelva a la vida anterior, y otros nos aseguran que ya nada volverá a ser igual. Llevamos semanas escuchando a profesionales de la psicología y la psiquiatría aconsejar sobre cómo sobrellevar el confinamiento y ahora sobre la adaptación en la desescalada progresiva, pero no sabemos qué secuelas personales y sociales va a dejar esta crisis una vez que haya sido conjurado el virus. Las económicas ya nos las tememos porque las estamos viendo venir, y francamente este es uno de los apartados sobre los que solo tengo preguntas. Por eso voy a referirme a cómo van a ser las relaciones personales después de todo esto, porque marca mucho el hecho de que el mayor peligro colectivo y personal que hemos vivido podía venir de una persona muy cercana, nuestro mejor amigo que nos contagiaba mientras nos daba un abrazo sincero.

Sobre esto no se han pronunciado los especialistas, seguramente porque es una situación tan nueva que los referentes que se pueden invocar datan de otras épocas, en las que había también otro tipo de relaciones humanas. Dicen que en este encierro a muchas parejas se les ha desmoronado el proyecto común, y entre los más jóvenes ha habido quienes creían estar muy enamorados pero la ausencia y la angustia ha roto la relación. Es verdad que con la desescalada las parejas que han sobrevivido separadas volverán a verse, pero me pregunto cómo va a ser esa relación, en la que puede ser peligroso tocar a la persona amada. Pudiera ser (ojalá sea que no) que cuando ya no haya pandemia, los amores, las amistades y las relaciones en general habrán pasado por una prueba que seguramente unas resistirán y otras no.

Por eso me he negado a aceptar la expresión “distanciamiento social” cuando se aplica a estar a más de dos metros de otra persona. No estuvo acertado quien así llamó a esa necesaria separación, y yo habría abogado por llamarla distancia física, porque los afectos de verdad aguantan fuertes desafíos, pero no ayuda mucho si ya en el nombre se puede entender una relación necesariamente fría. De manera que me surge la enésima pregunta: ¿los afectos, la confianza y la cercanía con las personas que nos importan serán como antes? Eso me preocupa más que otros asuntos más materiales. Porque los afectos son el eje de lo humano, y esos sí quisiera que volvieran a ser como siempre fueron, aunque hagamos teletrabajo y paguemos por medios tecnológicos.

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