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La pandemia de la ignorancia

Rosa Santa-Daría (profesora del IES Joaquín Artiles)

Jueves, 1 de enero 1970

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Se acabó el estado de alarma y hemos entrado en la nueva normalidad. Es tiempo de reflexión sobre lo que hemos vivido y de responsabilidad individual para no volver a vivirlo. Todos hemos sentido la angustia por los daños que la pandemia iba dejando a su paso. La crisis sanitaria nos descubrió que la Sanidad pública no era tan buena como creíamos por los recortes presupuestarios que fueron descaradamente ejecutados por distintos gobernantes a favor de la privatización de los servicios sanitarios. Lo hemos vivido y sufrido, lo sabemos todos y parece que hay voluntad de remediarlo.

Lo mismo ha sucedido con la Educación pública pero en este ámbito se sigue escondiendo la gravedad porque no interesa que se sepa la verdad. Los procesos de evaluación final han traído notas infladas, promociones engañosas, una EBAU a la carta (4 opciones solo en el examen de Lengua castellana dan prueba de ello). La salud cognitiva del alumnado se ha mermado considerablemente y los docentes han certificado su falsa curación. La ignorancia ha venido para quedarse.

En marzo, al alumnado de la Enseñanza pública se le negó el derecho a seguir aprendiendo, no se podía dar nada nuevo, solo reforzar y profundizar lo adquirido y sus calificaciones no podían ser inferiores a las del segundo trimestre (por ley), así el alumnado que quiso se cogió las vacaciones desde marzo y aprobó / tituló en junio (la convocatoria de septiembre se eliminó para todos los niveles excepto para 2º de bachillerato y por las rebajas en la exigencia poco se va a utilizar). Por el contrario, en la enseñanza privada sí han terminado el currículo de cada materia y nivel y los alumnos sí han podido adquirir nuevos conocimientos. Esta sí que es una brecha social importante. Y nadie habla de ella (tampoco los sindicatos que solo tiran piedras sobre el tejado impidiendo la vuelta del profesorado al lugar de trabajo y poniendo a la opinión pública en contra tachando a los docentes de gandules).

Estamos cerrando el curso, y todo sigue con más dudas que certezas. Supongo que todo es consecuencia de que el protocolo de los centros educativos se ha dejado para el final, cuando ya está publicado cómo acudir a las peluquerías, comercios, aeropuertos, hoteles, parques, gimnasios, locales de ocio, playas, piscinas y todo lo demás. ¡Qué país es este en el que lo más importante se relega para el final!

Los centros educativos públicos no hemos recibido geles, mascarillas, mamparas, señalización, nada de nada, ni siquiera el dinero para esa inversión. Lo hemos comprado todo sin ayuda de la Administración educativa y con la partida del centro para el funcionamiento ordinario. Esa es la Educación pública que tenemos pero no es la que queremos.

Si esto fuera ficción ya tendría título: Confieso que he vivido, Vivir para contarlo, Paisaje después de la batalla.

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