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Directo Rueda de prensa de Pimienta previa al RC Celta-UD Las Palmas

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Nunca es tarde para cumplir un sueño. Da lo mismo lo que digan los agoreros y lo que hagan los que reman siempre contra la corriente de sus propios deseos y de los nuestros. Esa mujer quería abrir una librería en una aldea de mar perdida en las islas británicas, soñaba con cumplir su sueño y el de su marido muerto antes de poder colocar esos libros en los anaqueles de una casona vieja asomada al mar y a todos los anhelos de los navegantes que persiguieron nuevos horizontes entre las brumas del tiempo.

Esa mujer lleva los libros de Bradbury o de Nabokov a esa aldea en unos tiempos en los que la televisión y la radio aún no monopolizaban ni uniformaban los pensamientos de las casas. Cada libro creaba un mundo diferente en quien lo leía. Así sigue sucediendo, aunque lo que intentan algunos es que se lea cada vez menos para que se piense cada vez con menos sentido crítico y con menos criterio.

Esa mujer es la protagonista de La Librería, la película de Isabel Coixet, basada en una novela de Penélope Fitzgerald, que ahora mismo pueden ver en el cine con toda la magia (y todos los sueños) que se gestan en la pantalla grande. Los paisajes, los planos y las imágenes te llevan de una escena a otra escena como si cabalgaras de una emoción a otra emoción atravesando oscuridades pasajeras. Vale la pena sentarse y compartir los anhelos de quien solo desea abrir una librería y sentarse a mirar el mar cada tarde. Cada cual se crea sus propios sueños, y duran lo que dura el deseo de buscarlos y el disfrute de vivirlos con la sapiencia de que también serán argumentos pasajeros, como los de esos libros que van y vienen a lo largo del tiempo y que tantas veces logran eternizar algunos momentos, como los de esos cines que siguen siendo mágicos desde que se apaga la luz de la sala y todo parece verdadero.

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