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La irresponsabilidad de Santiago Negrín no tiene límites. Y dimite en el tiempo de prórroga para no encarar y resolver un desaguisado que él mismo (más alguna que otra ayuda) ha montado. Negrín se marcha de Radio Televisión Canaria (RTVC) al igual que el capitán Francesco Schettino dejó al pasaje del crucero Costa Concordia abandonado a su suerte, sin decoro y sin honor. Su desidia no solo afecta a la plantilla (la propia y la externalizada) sino al tiempo a la sociedad canaria a la que se debe como gestor público que es y, por consiguiente, objeto natural de las críticas que se tercien. No está por encima del bien y del mal. Y ha rebuscado una nueva estratagema (las dudas jurídicas que precisamente nunca le asomaron cuando actuó a modo de kamikaze) para revestir el pavor con el que se sacude las manos ante la problemática de la que es responsable directo: el concurso de los servicios informativos. Él, que se jactó de proceder de acuerdo a la ley ante el Parlamento de Canarias y frente a quien hiciera falta, de repente (cuando toca adjudicar el contrato a Videoreport Canarias, empresa participada por la editora de CANARIAS7) ya no lo ve claro y se ciñe a dimitir.

Vaya que si ha sido frecuente el desgaste general de las diversas televisiones autonómicas en este país bien por unos motivos u otros, desde los argumentos de coste económico hasta la instrumentalización partidista con independencia de los colores políticos. Aún queda, a todas luces, mucho por avanzar en la materia. Sin embargo, esta etapa en RTVC supera, con creces, ese descrédito: cesarismo en el mando, relegación del Consejo Rector, piruetas forzadas y bandazos variopintos en el ámbito contractual,... Esa es la herencia que deja Negrín justo en un ciclo de regeneración legislativa que estrenó y en la que solo ha ahondado en el desaliento de un servicio público que urge enmendar en aras de la autonomía que gozamos.

Además, la triquiñuela clásica de sembrar la confusión no disipa las responsabilidades respectivas. Las dimisiones por motivos personales siempre son legítimas. Faltaría más. Pero no es casualidad que las esgrima ahora, no hace dos semanas ni seis meses. La realidad es que los días pasan, no ha conseguido su objetivo y no sabe cómo salir del atolladero. Y su única reacción es renunciar (hipótesis que llevaba tiempo mascullándose en diferentes mentideros) y dejar tirado al ente. Menudo desenlace. Se marcha derrotado pero, lo que es peor, sin al menos mantener el tipo y encauzar semejante desatino.

Todo este relato que ha intentado fabricar alcanza su paroxismo cuando le traslada la papa caliente al Parlamento. Es decir, que la Cámara le otorga la confianza en su momento, deja un desastre como legado y le devuelve al poder legislativo la engorrosa tarea de resolver aquello que él mismo ha causado. El naufragio que ha llevado a RTVC es digno del capitán Schettino. Toda una burla democrática. Un esperpento. Increíble.

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