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Muchos creen que se llega a las metas sin recorrer ningún camino. Confunden la vida con la televisión y creen que el reconocimiento es un índice de audiencias o una presencia incesante en esas redes sociales en las que algunos se quedan encerrados sin encontrar la salida por ninguna parte. Sin esfuerzo, sin paciencia y sin humildad no se logra nada que valga la pena. Por eso hay tantos famosos a los que el viento se lleva casi tan deprisa como los trajo.

Solo queda la obra que se va gestando lejos de los focos y de toda esa parafernalia mediática que tanto confunde a las miradas. Cuando acabas esa obra, te asomas, la das a conocer y tienes que volver cuanto antes a ese taller en el que seguir rebuscando lejos del ruido y de la inmediatez de la fama. Son muchos los que se pierden en el camino cegados por esos focos tan falsos como los de los tabladillos de las verbenas de pueblo. No digo que tengamos que formar parte de un martirologio para llegar a donde deseamos: todos estamos algunas veces arriba y otras tantas abajo, forma parte del juego de la vida; pero es conveniente que lo recordemos de vez en cuando para no extraviarnos.

Siempre recuerdo mi historia con la guitarra. Tenía ocho años cuando la pedí como regalo de Reyes. Quería ser cantante. Me levanté la mañana del 6 de enero y encontré la silueta de esa guitarra envuelta en papel. La abrí y traté de tocar algo sobre la marcha. No sonaba como yo había soñado. Luego me encontré a todos mis amigos con las bicicletas y los balones. Mi regalo quedó en casa porque no tenía ningún sentido que lo sacara a la calle. Tocar la guitarra requería tiempo y paciencia. No tenía ninguna de esas virtudes cuando era niño. Y encima quisieron que estudiara solfeo. Yo creía que, estando los Reyes Magos por medio, solo tendría que poner los dedos en las cuerdas y los trastes para que sonara como deseaba. Pasaron los años y todavía no sé tocarla. Eso sí, la he llevado conmigo a todas partes esperando ese momento en que tenga tiempo y paciencia para hacerla sonar como soñaba. Esa guitarra también me ha servido para saber que jamás se consigue nada de la noche a la mañana. Recuerdo la tristeza y la impotencia de aquel lejano día de enero; pero ahora agradezco la enseñanza que aprendí para siempre. Cualquier día de estos me levantaré y buscaré a alguien que me enseñe a tañer las cuerdas. Y si no aprendo no pasa nada. Seguiré haciendo todo aquello que aprendí muchos años después de que soñara con ser cantante. De niño cambiaba de sueños como de zapatos. De mayor también intento mantenerme a salvo con esos proyectos que no siempre salen adelante. Da lo mismo. Uno sabe que solo tiene que poner las ganas, la paciencia, la humildad y el esfuerzo. Todo lo demás es azar o circunstancia. Tal vez esa guitarra solo está esperando su destino en otras manos.

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