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A los cuatro años del terrible incendio que destruyó sus instalaciones, la Casa de Galicia de Las Palmas reabre as súas portas. Como no podía ser menos, el Cabildo de Gran Canaria fue sensible a su petición de ayuda. A fin de cuentas es la justa correspondencia.

Son las mismas simbólicas portas cuyos goznes sujetos al quicial entonaban en el silencio de 1952 las notas musicales correspondientes al himno galego, ensoñación de la ansiada autonomía durante la Segunda República. (Por cierto: el abuelo paterno del señor Rajoy, acaso republicano –el abuelo, claro-, sufrió las iras de la dictadura franquista. Fue desposeído -1936- de la cátedra de Derecho Civil; relevado como decano del Colegio de Abogados e inhabilitado para cargos públicos, pues había participado en la redacción del primer Estatuto de Autonomía de Galicia impulsado desde 1932. Así, otro alto cargo del PP con abuelo republicano: «Cosas veredes con los tus oios», se lee en algún poema épico castellano.)

Sí. La Casa de Galicia de Las Palmas se inauguró en 1952, aunque el último edificio de la sede social es reciente. Tanto, que el señor Fraga –presidente de la tal Comunidad- estuvo en su apertura. Y desde 1952 la integración gallega en la ciudad es absoluta: su sensibilidad salió a la calle para ocuparse de niños grancanarios –era la miseria de posguerra- a quienes la vida ni tan siquiera les había regalado un simple gesto de humanidad o una tierna sonrisa.

La Casa de Galicia, pues, se rebeló en Gran Canaria contra lo injusto y estimó que los niños debían ser pollillos al menos el amanecer del 6 de enero y la misma tarde-noche del 5. Por tanto, también mueve por calles de esta ciudad la Cabalgata de Reyes, encargo de sus componentes y colaboradores desde hace ya muchos años, muchos...

El incendio no solo aniquiló las instalaciones materiales de la sociedad creada por gallegos. Significó, además, el impacto psíquico para socios a quienes yo conocía desde 1995 por circunstancias que aclararé. No obstante, y sobre todo, siento en mí todavía la voz entrecortada de su anterior presidente -don Ricardo Villares Paz-, hombre de empuje e imposible desánimo ante inconvenientes, problemas o grandes dificultades externas.

Pero tras el incendio Ricardo dejó de ser quien era: la acción de las llamas, devoradoras y devastadoras, fue insaciablemente destruyendo todo lo que se le ponía delante ya fueran la biblioteca, el novísimo salón, la sala de juntas... como las grandes ilusiones cargadas de proyectos. Entusiasmos a veces acompañados por queimadas y conjuros frente a las brujas («haberlas, haylas», dicen los gallegos), recitales, libros, revista de la Casa, conferencias, gaitas y gaiteiros, coral... Y por mujeres convertidas en costureras antes de que el tiempo airado precipite las fechas navideñas, preámbulo a la Cabalgata de Reyes y a la entrega de comida, otra de las labores sociales comprometidas por la Casa de Galicia ante la comodidad del Gobierno canario de turno, atrofiado frente a una de las más trascendentales responsabilidades: dignificar a quienes no han sido beneficiados por los dioses.

Sí, estimado lector. Conocí desde dentro la Casa de Galicia (1995) cuando su junta directiva (Ricardo Villares, presidente; Antonio Pisabarros, extremeño galleguizado-, secretario...) aceptó la invitación hecha por el Instituto Pérez Galdós para que participara en un ciclo cultural (Otras comunidades) organizado desde la subdirección del Centro. (Estuvieron también el País Vasco, Asturias, Extremadura, Región de Murcia...) Con cinco días para cada comunidad dimos a conocer las diversidades cultural, lingüística y social de todas ellas: fue el preámbulo a las dos semanas dedicadas a Canarias (isla a isla), empeñado el Pérez Galdós en la formación integral de sus alumnos.

Con intervenciones del vicepresidente del Gobierno gallego, historiadores, novelistas y directores generales, Galicia se volcó. La Academia Gallega de la Lengua aportó trescientos libros escritos en gallego. Algunos pasaron al seminario de Lengua Española, a fin de cuentas el aula se enriquecía pues uno de los temas del programa estaba relacionado con las otras lenguas habladas en España (oportunidad para demostrarles a los discentes que el gallego es lengua románica como el castellano, el catalán...).

La mayoría de los ejemplares fue regalada a los alumnos y, acaso por tal razón, muchos de ellos formaron la legión romana en la Cabalgata de 1996. (Guardo como recuerdo el Libro de estilo editado por la Consellería de Cultura e Xuventude y dedicado por su autor, Valentín Arias -escritor, tradutor e ensaísta-. Son las primeras indicaciones sobre el correcto uso de la lengua.)

A partir de ahí trabé amistad con muchos de sus componentes. Y en distintos actos a los que fui invitado entré de su mano en la estructura ideológica de la Casa: el servicio a los demás. Pero se trata de una dedicación altruista, desinteresada, entrañable y sin conciencia de obligación moral: es, simplemente, la ayuda a quienes la necesitan. En este caso, como indico al comienzo, a niños en su condición de tales para quienes el día de Reyes era, simplemente, uno más. O acaso el peor del año: la soledad de su pobreza así se lo imponía.

Yo sabía de qué me hablaban. El rostro de cualquier niño muestra su impacto emocional sin asperezas ni teatralizaciones: es puro. Y cuando inesperadamente recibe o escoge un regalo apropiado a su edad todo se transforma y aparece, entonces, en su infantil edad. Así lo viví un par de veces en Hoya de Pineda y Juncalillo de Gáldar cuando los tres Magos del Auto de Reyes visitábamos sus cuevas el 6 de enero a nuestros veintipoquísmos años de vida.

Nunca pude negarme a una invitación o un compromiso con la Casa de Galicia. Me encontraba entre ellos como uno más por la sencillez de las cosas bien hechas. Vaya, pues, mi regocijo por la reapertura: mantengo en mi mente la entrega del pin que me identifica como persona vinculada a los gallegos de Las Palmas. Cuando llega de manos como las suyas es, en esencia, un regalo entrañable.

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