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Insultos, la punta del iceberg

Por si le interesa. «La novedad real estuvo en la decisión de Wolde de dejar de mirar para otro lado, de transcribir en un documento oficial una realidad que no es nada excepcional». Gaumet Florido

Jueves, 1 de enero 1970

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Este fin de semana la noticia dio la vuelta a España. Un árbitro negro, Asnake Wolde, hizo constar en el acta de un partido de fútbol de la división regional preferente asturiana la sarta salvaje de insultos de contenido racista y machista que recibieron él y la juez de línea que le asistió en una de las bandas, Sonia Güeva. Duele reproducir algunos de los improperios. «Negro de mierda, qué puta pena que no se te pinchó la patera, puto negro de mierda, hijo de la gran puta». «Te debió de joder la vista el salitre de la patera, negro de mierda, debes de pitar tan mal por la mierda de raza, puto negro». Con Güeva no estuvieron flojos. «Línea, y la putita esa de la otra banda que viene contigo, ¿cuánto cobra? Me la voy a llevar hoy para casa a la muy zorra». «Qué coño haces, vete a tu casa, subnormal, estabas mejor fregando en tu casa».

A la vista de semejante diarrea de mala sangre y zafiedad, es normal que periodistas y ciudadanos pusieran el foco en los insultos, en la virulencia que transmiten y en el desprecio, el odio y la discriminación que desprenden. Pero lo cierto es que cualquiera que vaya regularmente a un estadio a ver un partido de fútbol, comparta de incógnito una típica tertulia de parroquianos en la barra de un bar de pueblo, o de ciudad (da igual) o participe en chats de wasap más o menos numerosos sabe de buena tinta que la novedad estuvo en la decisión de Wolde de dejar de mirar para otro lado, de transcribir en un documento oficial una realidad que no es nada excepcional, que es bastante más común de lo que nos gustaría a los defensores de una sociedad plural e igualitaria.

Energúmenos como estos, tan explícitos en la expresión de su ignorancia y de su inquina, son los menos, por fortuna, pero ese fondo racista y machista, unas veces más soterrado que otros, es un mal enquistado cuya cura, me temo, llevará mucho tiempo.

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