Borrar
Directo Siga el pleno del Parlamento de Canarias
Incómodos con la sospecha

Incómodos con la sospecha

Jueves, 1 de enero 1970

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La incertidumbre es el peor aliado de la estabilidad, pero también es la puerta necesaria para tomar decisiones. La cuestión es la dirección que podamos tomar. Tengo la sensación, quizás equivocada, de estar viviendo uno de esos momentos de incertidumbre total y masiva, no sólo en el rumbo que lleva este país, sumergido en un debate continuo sobre mil asuntos que impiden ver con claridad, al menos con la meridiana claridad que proporcionan las convicciones, los ideales, los buenos propósitos, el estilo de vida elegido y la salud psíquica... ese conjunto de factores unos intelectualmente adquiridos, con otros grabados a tinta china en la conciencia que conformó quien nos cuidó y guió desde que éramos niños hasta que dejamos de serlo, o por la soledad, que también obliga a construir mundos paralelos que poco o nada tienen que ver con la realidad.

Nunca he estado cerrado a cambiar mis convicciones; de hecho, algunas de ellas las he transformado de forma radical a lo largo de los años, como mis ideas sobre el hombre o sobre Dios, sobre la vida y la muerte, o la firmeza de lo que pienso y me rodea. La relatividad no es sólo una teoría científica, es también una forma de ver la vida que nos permite evaluar y decidir sobre cada situación en función del lugar que ocupes en el espacio y las distintas perspectivas que te llegan de las personas y su mundo. Siempre en todos hay un punto de vista que explica el qué y el cómo. Si hay en mí un cambio profundo es este. He dejado de juzgar, de colocar mi lista de convicciones como patrón para medir a los demás y lo que hacen. Ha crecido en mí un profundo respeto por las circunstancias que rodean en cada momento a cada persona y lo que no quiero es sentirme incómodo, como me siento, en un país en el que se me está juzgado por ser hombre.

Quizás por eso me siento desubicado, intranquilo, inseguro, ante la firmeza, la convicción y hasta la violencia con la que la sociedad española, susceptible siempre a las momentos mediáticos, se está conduciendo con temas tan delicados como las agresiones sexuales, la violencia machista o los derechos de la mujer.

Hay dos tendencias muy peligrosas que dominan el pensamiento único y el políticamente correcto que se ha impuesto en estos últimos meses: la sospecha de que todos los hombres son machistas y agresores sexuales en potencia; y la otra idea: que el castigo debe estar por encima del sistema de derecho, que la justicia no responde con castigos ejemplares y que las penas deben ser mucho más duras.

No sé si esto le pasa a otros hombres, especialmente a los que hemos optado por la igualdad. Yo vivo, en mi día a día, en la calle, en la empresa en la familia, entre mis lectores, en las redes sociales, una especie de vigilancia continua sobre mis expresiones, mis comportamientos y mis pensamientos. Un examen continuo de un feminismo de pacotilla, nada integrador, el que perdona siempre el hecho de ser mujer, haga esta lo que haga por muy machista que sea su comportamiento; un feminismo desenfocado que busca señalar a hombres, instituciones y organizaciones a los que la acusación de machista los coloca en la diana perfecta para el linchamiento público. Un feminismo que quiere controlar y adoctrinar el pensamiento y dominar ideológicamente la situación. Estoy siempre vigilando mis propias actitudes machistas, pero me siento incómodo en esta nueva criba a la que nos someten permanentemente a los hombres, y creo que mucho más a los que hemos expresado y llevado a nuestras vidas, íntima y públicamente, que la igualdad es una de nuestras convicciones profundas, sin que ello conlleve que del patriarcado pasemos al matriarcado y repitamos, como me parece que estamos haciendo, muchos de los vicios del machismo. El dominio y la imposición son los peores herrajes del patriarcado y del matriarcardo.

A esta especie de ideología impositiva del feminismo se une otra peligrosa tentación que ha nacido al calor del auge mediático de las agresiones sexuales. Escucho a muchas mujeres condenar directamente cualquier supuesta violación o agresión sexual por encima del propio derecho a la inocencia y a los procedimientos de un Estado de Derecho. De este ambiente irracional, que busca acentuar las contradicciones podemos pasar a otro mucho más peligroso, el de querer tomarnos la justicia por nuestra mano, o lo que es peor, ejercerla con los medios que tenemos a nuestro alcance, como ocurrió el viernes con los jóvenes implicados en una agresión sexual en el sur de Gran Canaria. Alguien decidió tomarse la justicia por su mano y revelar sus identidades en las redes sociales. Miles de personas le siguieron y reforzaron la sentencia de muerte social con insultos, descalificaciones, amenazas de muerte y otras lindezas. Otros tantos se alegraron de lo que les estaba pasando y les desearon lo peor.

David Lema hizo ayer una entrevista en El Mundo a Cristina Almeida, una de las mujeres que he admirado siempre, y la encabezó con una leyenda impactante: «La Constitución protege cada rincón de esta casa». No es más que un cartel que cuelga de la puerta de la casa de Almeida, pero que da la medida de lo que piensa la vieja luchadora por los derechos democráticos y de las mujeres. Cree que existe un marco de convivencia y que salir de él sin orden, por presión o por caminos retorcidos, es un peligro. En esa entrevista dijo: «Los hombres con que no sean machistas ya tienen bastante. Es más fácil decir que eres feminista que molestarte en no ser machista. Ocúpate de eso y no te apuntes a las teorías de las otras».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios