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Iglesias, un esparrin gratuito

«No deja de ser curioso que sea el líder de la formación morada el que se haya convertido en blanco preferido del odio popular»

Jueves, 16 de julio 2020, 16:18

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Gaumet Florido

No creo que sea bueno desearle a los demás lo que uno no desea para uno mismo. Me parece puro sentido común. Pero está visto que, instalados en esta sociedad guiada por el sálvese quien pueda, no todo el mundo comparte esa impresión. Me pasó no hace tanto, en plena efervescencia nacional por el caso Noos y las actividades delictivas de Iñaki Urdangarin, yerno del entonces rey. En un debate distendido con un grupo de padres y madres, una parte de ellos no solo entendían como algo normal que los hijos de este señor y de la infanta Cristina sufrieran acoso en el colegio, sino que algunos llegaron a interpretar que se lo tenían merecido. La más vehemente, recuerdo, arguyó: «No les va a pasar nada. Les sobra dinero para psicólogos». Los que no lo compartíamos partíamos de la base de que los críos no tenían por qué pagar las culpas de sus padres. Al fin y al cabo, uno, para lo bueno y para lo malo, no elige donde nace. Seguro que a muchos de esos padres no les gustaría ver a sus hijos en un trance así.

Por razones similares critiqué también en su día los escraches populares frente a las casas de políticos del PP y me opuse a la defensa que de aquella práctica hizo el actual vicepresidente del Gobierno y líder de Podemos, Pablo Iglesias. La defendió en su programa Fort Apache como «el jarabe democrático de los de abajo». La vida da muchas vueltas y ahora es su casa la que se ve rodeada de gente sometiéndole a una de esas fórmulas «de interpelación a las elites», como él las llegó a llamar. Pues tampoco lo comparto. Ni antes ni ahora. Ni sus hijos ni su vida privada deben ser soliviantados. Deben quedar al margen de la crítica legítima al ejercicio político del Pablo Iglesias público.

Pero, al hilo de esto último, no deja de ser curioso que sea el líder de la formación morada el que se haya convertido en blanco preferido del odio popular de los que se oponen a la gestión que ha hecho el gobierno de la crisis, cuando lo cierto es que no lo preside él ni su partido y cuando, todo hay que decirlo, ha sido el único que ha mostrado algo de autocrítica y ha reconocido que el ejecutivo se ha equivocado. Sin quererlo, supongo, se ha convertido en una vía de escape, en un esparrin público, para el desahogo del lógico cabreo de muchos españoles. En el fondo, permítanme la ironía, presta un servicio al país.

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