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Las cifras macroeconómicas suelen ir por un lado y la realidad, a pie de calle, por otro. Siempre y cuando, las primeras sean reales, algo sobre lo que cada día tengo más dudas.

Los sectores políticos y económicos, día tras día, desde el último año y medio, no dejan de repetir que la crisis económica ya es historia. Primero aseguraban que se había superado lo peor. Después que comenzaba la remontada y ahora que la estabilidad y un crecimiento aceptable ya son una realidad.

Lo que hace que todo ese optimismo algunos, entre los que me encuentro, lo pongamos en duda es la realidad de la calle por la que todos transitamos.

¿Conoce usted a alguien que le haya dicho que todo va estupendamente, que los beneficios han vuelto a crecer como las setas en su negocio o que la empresa en la que trabaja le va a subir el sueldo y le asegura que la precariedad ya es historia? Yo, la verdad, es que no me he encontrado con ningún sujeto que asegure algo parecido, por lo que parece que estamos ante una nueva cortina de humo diseñada para beneficiar a unos pocos. Las alegrías y los caprichos que algunos –que no todos, porque la mayoría ni sueña con lograrlo– nos damos de vez en cuando son más un ejercicio de optimismo que un reflejo del estupendo estado financiero en el que nos encontramos.

Ni muchos menos pretendo torpedear la campaña navideña que se avecina. Pero conviene tener fresco en la memoria que los excesos, el derroche desenfrenado y dejarse llevar por la corriente no lleva a buen puerto.

La crisis no se gestó, ni de lejos, por los supuestos excesos de la clase baja o media. Pero los que en algún momento se olvidaron de tener los pies en el suelo resistieron peor el golpe. Y el zarpazo puede volver, porque vete a saber si quien lo da se ha ido...

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