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Parte de la opinión pública española se ha horrorizado en estos días al conocer la política sanitaria de Holanda con respecto a las personas mayores contagiadas: es mejor que mueran en sus casas para no colapsar los sistemas sanitarios. Este argumento, que en realidad es una simplificación, sirve a la ciudadanía española para ponernos una medallas que no nos merecemos.

Es cierto que, ahora, nuestro sistema sanitario no rechaza proporcionar medidas terapéuticas efectivas a quienes sufran la enfermedad, tengan la edad o condición que tengan. Pero no es menos cierto que se ha especulado con la posibilidad de establecer criterios, basados en la edad, sobre quién tiene derecho a recibir asistencia vital y quién no si la situación se complica. Como si las personas mayores de 80 años tuvieran una ciudadanía de tercera división o gozaran de menos derechos por cumplir años. Como si el tiempo de vida que les reste o jugar a la futurología sobre la probabilidad de supervivencia fueran inconmovibles criterios morales válidos para resolver un tema de justicia.

Sin embargo, salvo que caigamos víctimas del más completo de los autoengaños, esto es lo que llevamos haciendo hace demasiado tiempo. Basta mirar, si no, la situación desastrosa de la sanidad, y de los servicios públicos en general, cuando la crisis no ha llegado siquiera a su punto más álgido. Basta recordar, si no, que hasta ayer hablábamos del colapso de las urgencias sanitarias cuando se alcanzaban los mayores niveles de contagio de la gripe. Solo tenemos que pensar en las largas listas de espera sanitaria, en las innumerables denuncias del personal sanitario, bomberos, profesorado, científicos y un larguísimo etcétera durante todos estos años. Al permitir que se desmantelaran los servicios públicos, lo que estábamos permitiendo es que se perjudicaran aún más a sus principales destinatarios: las personas que, por cualquier razón, son las más desfavorecidas de la sociedad.

Que en Canarias llevemos décadas conviviendo con una bolsa de pobreza del 40% y que fuera, aproximadamente, del mismo tamaño antes y después de la crisis del 2008 formaba ya parte del paisaje. Que haya organizaciones dedicadas a repartir comida en Jinámar antes y después del coronavirus despertaba menos inquietud que la posible suspensión de una gala drag por la calima. Y es que, tal vez, lo que nos resulta sumamente ofensivo por parte de Holanda es que se hayan atrevido a hacer explícito lo que nosotros llevamos años haciendo de forma implícita.

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