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Gobernar va a ser muy, pero que muy díficil

Jueves, 1 de enero 1970

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Pues ya tenemos presidente. Y hoy, previsiblemente, conoceremos los nombres de los hombres y mujeres que se sentarán con él en el Consejo de Ministros. Pedro Sánchez, el hombre que encarna el concepto de resistencia, se ha salido con la suya. Pero otra cosa es que haya necesariamente que arrendarle la ganancia, porque para ser presidente le valieron más síes que noes, como sucedió ayer; para gobernar, sin embargo, será preciso que se bata el cobre un día sí y otro también para que las votaciones tengan ese resultado. Con el añadido de que su investidura fue posible gracias a las intervenciones de dos partidos -ERC y Bildu- que dejaron claro tanto el fin de semana como ayer que están esperando que cumpla lo pactado, pues de lo contrario dinamitarán la legislatura a las primeras de cambio.

El de ayer fue, en todo caso, un día histórico. Al margen de las preferencias de cada cual, asistimos al nacimiento del primer Gobierno de coalición en la historia democrática de España. Y una coalición que se afianza sobre esa arena movediza de dos partidos independentistas que creen que el futuro de su «gente» -término muy manoseado en el debate de ayer por unos y por otros- no está en España, sino más bien fuera de esta.

Por suerte no fue una sesión tan tensa como la del domingo pasado. De hecho, hubo momentos en que parecía un acto de contrición de casi todos por el bochorno dominical. Quizás contribuyó a ello el hecho de ver cómo tuvo que hacer de tripas corazón la diputada catalana Aina Vidal para, pese a los dolores que le provoca el cáncer, acudir a la tribuna para votar, de manera que nadie dudase de su compromiso con el pacto. También intentó Ana Oramas sumarse a ese reconocimiento de las culpas pero creerse lo suyo es ejercicio bastante complicado. ¿Cómo es que alguien con su oficio no cayó en la cuenta de que tenía que haber comunicado previamente a su partido lo que iba a votar? Y escucharla ayer pidiendo que se acabase el enfrentamiento, cuando el sábado su discurso para justificar el no se basó precisamente en los cordones sanitarios al populismo y el independentismo, era como asistir al momento en que el converso pretende ser el nuevo apóstol de la fe que acaba de abrazar.

En pleno siglo XXI fue una pena que hubiese pasajes en que aquello parecía un pleno de los inicios de la Transición, con unos y otros echándose las culpas de los muertos. Pero esto es lo que hay. Por eso digo que gobernar va a ser muy, pero que muy difícil. Y con 167 votos y una veintena de abstenciones, más aún. Como dijo Errejón, quizás sea hora de «rehacer país» y «eliminar odios». Empezando, claro está, por lo suyo con Iglesias.

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