La ruta argelina
No caigamos en la ingenuidad de pensar que los migrantes se han difuminado
El ministro Fernando Grande-Marlaska ha acudido esta semana a Argelia para abordar el control de la ruta migratoria que parte de las costas de ... ese país y tiene como destino preferente Baleares. Es una copia de lo que Marlaska y otros ministros, así como el propio presidente Pedro Sánchez, han hecho en ocasiones precedentes con países como Senegal y Mauritania.
La estrategia es clara: se detecta de dónde salen pateras y cayucos, y allá que va el representante de turno del Gobierno español a prometer colaboración y, de paso, ofrecer ayuda económica, técnica y humana para blindar las fronteras. Se pone así una venda en la herida y se cruzan los dedos para que la hemorragia no encuentre salida por otro lado.
Si en los últimos meses la ruta migratoria desde Argelia es la que más ha crecido porcentualmente, es en gran medida porque ha descendido el flujo de salidas desde las costas saharauis, senegalesas y mauritanas hacia Canarias. Y otro tanto cabe decir de los intentos en la frontera entre Marruecos, Ceuta y Melilla.
Estamos hablando de vasos comunicantes, con decenas de miles de migrantes que son movidos de un lado a otro por las mafias y que intentan dar el salto a Europa porque para eso se embarcaron en viajes que les cuestan un dinero que les ha costado sangre, sudor y lágrimas reunir, por no hablar de riesgos para sus vidas en la travesía por tierra y finalmente por mar.
Si en las próximas semanas vemos que afloja la llegada de pateras a Baleares, no caigamos en la ingenuidad de pensar que los migrantes se han difuminado y han regresado a sus hogares. Los irán moviendo de aquí para allá hasta que las mafias detecten una fisura en el blindaje costero, o hasta que el país de turno eleve el precio de su cooperación. Porque esa es otra derivada: lo que Marlaska y otros ministros hacen, como también hicieron otros gobiernos europeos, es poner dinero sobre la mesa sin preguntar por las garantías de los derechos humanos de los migrantes. Es el viejo principio según el cual si los ojos no ven, el corazón no siente. Se supone que queda la conciencia, pero esa está menguando a pasos acelerados en esta Europa que siempre ha presumido de valores cristianos -quién vio al Viejo Continente y quién lo ve ahora-.
Hasta que no Occidente no asuma que la urgencia de migrar de forma masiva, incluso a riesgo de la propia vida, solo se evita con un desarrollo en los países de origen, estaremos asistiendo a tiritas para una sangría dolorosa.
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