El acuerdo de paz en el conflicto de Gaza, que este lunes fue formalizado con la debida pompa y circunstancia y que se tradujo en ... la entrega de la primera tanda de rehenes, ofrece muchas lecturas. Reflexiones que irán llegando a medida que vayamos comprobando si el compromiso entre las partes no es papel mojado, pues la historia de la conflictiva relación entre Israel y los palestinos está repleta de pasos adelante y muchos más en dirección contraria.
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Pero una de las primeras sorpresas es cómo, de repente, Israel y su gran aliado y protector, esto es, Estados Unidos, dan por bueno que se negocie y se pacte con un grupo terrorista como es Hamás. Y lo de grupo terrorista está sin cursivas ni entrecomillado, para que no haya dudas.
Resulta llamativo porque hasta anteayer mismo, la máxima era que no se negociaba con Hamás, añadiendo, de paso, que el citado grupo no representaba en realidad al pueblo palestino y que era este el que debía dar un paso al frente y liberarse del yugo de los terroristas. Sin embargo, todo ha cambiado y nadie da explicaciones: ni desde el lado israelí ni desde la Casa Blanca.
Tampoco debemos olvidar que quienes abogaban -también hasta anteayer- por el diálogo para buscar un acuerdo de paz eran señalados como cómplices del terrorismo de Hamás. Y este grupo, a su vez, aplaudía esos gestos, en una dinámica de polarización que no favorecía en absoluto el consenso.
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Si lo firmado se cumple, Hamás prácticamente se inmola. Y, también si se lleva a término lo suscrito, Israel aceptará que no es dueño y señor del territorio que ahora ocupan palestinos cuya capacidad de resiliencia es digna de tesis doctoral.
Así las cosas, la gran incógnita es cómo se estructura en Gaza un pueblo palestino que hasta la fecha ha encontrado en Hamás no solo a un brazo armado, sino -y esto es clave para entender lo ocurrido- una red de apoyo ante la realidad de una Autoridad Palestina que no gobernaba la zona y que tiene mucho que caminar para convencer al mundo, pero sobre todo a los suyos, de que un Estado es posible y viable (que suenan parecido pero no son lo mismo).
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Sacar a Hamás de la ecuación y del tablero de juego es un avance histórico si se consolida esa exclusión, pero alguien tiene que ocupar ese vacío. Sobre todo ahora que toca afrontar una gigantesca labor de reconstrucción, y no solo de infraestructuras y viviendas, sino de los pilares para una sociedad que entienda que en paz se progresa.
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