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Enganchados a la necrofilia

Enganchados a la necrofilia

Jueves, 1 de enero 1970

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Estamos ante una indigna y peligrosa estrategia de propaganda política de un partido. Sánchez y su equipo tienen claro que la izquierda nostálgica, los hijos de la melancolía y el pasado, necesitan villanos para sostener la vida ideológica. El PSOE es incapaz de generar malos sin pisar callos en sus propio mundo de intereses empresariales y financieros. No quieren, o no son capaces, de identificar y denunciar a los verdaderos responsables de las situaciones más sangrantes que vive la sociedad española, esas a las que la izquierda debe dedicar tiempo y esfuerzo. Una verdadera pena.

Tampoco puede los socialistas de Pedro Sánchez entusiasmar a los españoles con un programa de Gobierno. De hecho llegaron al poder sin programa, y su capacidad para sacar adelante cualquier iniciativa en el Parlamento está destinada al fracaso. Por desgracia para los españoles la política que vivimos en estos días es la de la propaganda, la retórica mala, la de los gestos y los símbolos. La política que transita entre la progresía de la pasarela de Cibeles o el cine a la vallas de Ceuta y Melilla en la que cada día se estrellan las ilusiones de miles de personas repelidas en la frontera.

Franco se convierte así en un mito, en un relato fácil, sin apenas contestación, sin auténticos motores que lo defiendan, un artículo gratuito en el mercado para uso y abuso. Preguntar en el Congreso de los Diputados por desenterrar a Franco es como preguntar por la erradicación del hambre en el mundo, una cuestión a la que nadie se opone, una idea muy alejada de la nevera y el congelador, que no compromete a nadie, es una cuestión a la que nadie dirá que no, aunque sea para no quedar mal. El valor político e intelectual de desenterrar a Franco auténticamente es nulo, de una pobreza que aplasta, digno -como está siendo- de los Sálvame televisivos.

El dictador no vale nada en la vida de nadie que mire al futuro, que sepa y sienta que esa negra etapa de España está superada y que en lo que hay que poner empeño es en perfeccionar una democracia inacabada, entre otras cosas por la propia acción socialista, tentada a usar la ley como palanca de sus ambiciones vulnerando los procesos democráticos. En este relato populista, propio de la posverdad, que ha puesto en marcha Pedro Sánchez, sólo hay un grupo de personas que merecen todo el respeto, las víctimas de la dictadura y sus familias, la inmensa mayoría reparadas con la democracia en sucesivas leyes de amnistía y restitución de derechos.

En esta pobre estrategia para este pobre país que traga con todo, hasta los efectos perversos, la reactivación de la ultraderecha, le viene bien al PSOE. Aún así, dejar que la ultraderecha se reactive no deja de ser una irresponsabilidad, sobre todo cuando estos movimientos acampan en toda Europa, ganan elecciones y traen por el camino de la amargura a la Unión. El PP ha logrado a lo largo de su historia aglutinar sensibilidades extremas, pero en este momento no está en condiciones de parar esos movimientos, que a pesar de seguir siendo minoritarios tienen vocación de combativos y ganas de pulular por programas basura de la televisión a pelearse en directo con los de Podemos.

La burda estrategia es afrentosa para los españoles. Busca la publicidad a costa de sacar del agujero de la historia los sentimientos ideológicos encontrados y las posiciones vitales. Si te opones o, simplemente reflexionas en contra de exhumar a Franco, te colocas como simpatizante del régimen, como heredero del mismo; te conviertes en alguien de derechas y serás un antidemócrata. La posición no puede ser más maniquea y, de nuevo, desmerece la trayectoria de un partido serio como el PSOE que colaboró activamente en la reconstrucción de este país después de la dictadura y cuyas heridas se niega a cerrar, simplemente porque su primer rival político, Podemos, ha resucitado a Franco como villano de su relato. Imperdonable para un partido que debería estar preocupado por los marginados, los pobres, los parados, las clases medias y las injusticias sociales.

Cualquier español de bien sabe que Franco está muerto, enterrado y superado. Que sólo es una momia del pasado, un mal recuerdo que ha enterrado la democracia en un digno proceso por el que se aceptó la realidad, la guerra civil y la dictadura, se conciliaron posturas, se restituyeron derechos, se excarcelaron a represaliados, se trajeron a los exiliados, se votó una constitución, se eligieron a los representantes en las urnas en una nueva etapa de conciliación y prosperidad. Que ahora venga Pedro Sánchez a jugar con toda un proceso de reconciliación por intereses puramente políticos insulta la inteligencia.

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