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La señora Martínez de Castro (MdC) ejerce como secretaria de Estado de Comunicación. Aunque la domina el incontrolado desarreto verbal, es contundente y taxativa. Su cadencia musical tampoco coincide, eso sí, con el garcilasista «suave susurro de las abejas». Ni se aproxima al endecasílabo hernandiano «A las aladas alas de las rosas». Pero resulta rigurosa y recia como «el rudo remo rápido» de Bento y Travieso. Incluso hasta carente de elegancia, educación y respeto a los demás. Parece un trabe de nacimiento. O se le pegó.

Frescuras léxicas y sintácticas con marcadas influencias suramericanas (es venezolana) discurren por sus mensajes orales, acaso presencias vivas de las imponentes novelas Yo, el Supremo; El otoño del patriarca y La fiesta del chivo, retratos de sociedades dominadas por tiranos míticos pero a la vez enraizados en la mentalidad colectiva, acaso efectos del pánico.

Más: estoy seguro de que Valle-Inclán, aunque no americano de nacimiento, hubiera incluido en Tirano Banderas el comentario de la señora MdC del sábado pasado frente al Ayuntamiento de Alicante: «¡Qué ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles: ‘Pues os jodéis’» (osados manifestantes vociferaban contra el señor presidente del Gobierno español).

La señora MdC depende directamente del Ministerio de Presidencia, cuya titular es la señora Sáenz de Santamaría. Ejerce como mano derecha del señor Rajoy en su agenda privada y relaciones externas. Conoce el periodismo: fue columnista de ABC, La Razón... y tuvo larga experiencia radiofónica en Cope. Por tanto, maneja a la perfección los manuales de estilo para profesionales de la comunicación: se inició con el Libro de Estilo de ABC, tan preocupado por la expresión correcta.

Pero la influencia que desde la etapa de chinija pudieron tener los escritores del realismo mágico allá en tierras americanas no es exclusiva en su formación intelectual: la señora MdC baja a la calle, capta el lenguaje de gentes desgarradas en el hablar y lo hace suyo por afinidad. También sube, escucha, toma notas desde palacios: graba en su memoria la segunda persona del plural (inusual en la América hispana) tanto en pronombres como en formas verbales –«os jodéis»-.

Tal enriquecimiento lingüístico le sirve no solo para hacerse entender por las altas esferas del poder -más espirituales por distinguidoras entre jodéis / joden y os / se, todo sea dicho- sino que también le permite identificarse con otro premio nobel de literatura, el Camilo José Cela del Diccionario secreto; Izas, rabizas y colipoterras; El cipote de Archidona y San Camilo, 1936.

Son obras que echan por tierra ridículos pudores lingüísticos por su aproximación al llamado lenguaje vulgar, inelegante. Pero de uso generalizado según las circunstancias, eso sí. Las circunstancias orteguianas, inclusivamente: ella (la señora MdC) es ella por más que pretenda ser otra. Como el proverbio latino esculpido en la Universidad salmantina: Quod natura non dat, Salamantica non praestat (‘Lo que no da la Naturaleza, Salamanca no lo concede’).

Por la razón de imposibles milagros desde la Universidad; por su propia condición natural (’Quod natura no dat...’) y el protocolo palaciego, la señora MdC anda entre frustrada y cabizbaja: no puede hacer a placer «un corte de mangas de cojones». Eso sí: puede hacerlo «de ovarios», pero no es lo mismo en esta sociedad machista. Aunque resultaría menos «malsonante» según la Academia de la Lengua, otra discriminación más por razones sexuales. Pero la señora MdC, avanzada en la más revolucionaria progresía, emula a la Madre Coraje de Brecht y añade valor, ímpetu e ideología anarquista a la libertad de expresión.

La señora MdC acompañaba al señor Rajoy en la comitiva oficial cuando llegaron al Ayuntamiento de Alicante. Un grupo de estruendosos ciudadanos, irrespetuosamente ajeno a la ideología liberal, alteró la pacífica convivencia. Reclamaba la propia desestabilización del Sistema, acaso el inicio del caos universal, el desarreto patrio: «¡Menos corrupción y más financiación!». (Añoranzas del franquista Tribunal de Orden Público. ¿Y por qué no de la Inquisición?)

Sí, que se jodan los jubilados a pesar de perpetuas jodiendas y emputamientos por simbólicos «cortes de manga de cojones». Que se jodan por sus jubilaciones de miseria y pensiones de viudedad como limosnas mientras el Sistema preside procesiones de Semana Santa con peinetas, escapularios, cantos y vestimentas a la manera de don Guido, personaje machadiano «hermano de una santa cofradía».

Y que sigan jodiéndose a pesar de que millones de ellos han evitado el retorno de rojos, bolivarianos, maoístas, troskos y pendencieros ajenos a sensibilidades y estabilidades políticas.

Sí, que se jodan señores fiscales y señorías con sus jueves revolucionarios. ¿Cómo pueden pretender que un Estado de derecho se asiente en la absoluta separación poder político – poder judicial? ¿No se entrometen algunos, acaso, en la más pura esencia del Partido cuando sospechan, investigan, incoan expedientes, celebran juicios... e incluso hasta condenan a los nuestros? Sí, pretenden la desestabilización del Sistema. Que se jodan si carecen de medios.

Sí, que se jodan cantaautores, verseadores y demás florituras populares cuando se les avisa sobre posibles delitos de orden público, ataques a las instituciones, a honores personales... Que lean a Pedro Lezcano: «Se prohíben los sueños a deshora; / para soñar ya hay decretadas fechas». Sí, pretenden la desestabilización del Sistema.

Sí, que se jodan (incluye, por cojones, corte de mangas). Y aunque tal pronominal es considerado «malsonante» por la Academia, llega el momento de llamar a las cosas por su nombre. La lengua española es exquisitamente pródiga en injurias, escarnios, desprecios, mofas, humillaciones, burlas, afrentas, vejaciones, insultos, menosprecios, ofensas, humillaciones... Así lo confirma Forges en el prefacio a El gran libro de los insultos (profesor Celdrán Gomariz): «Siendo el español, según afirman los expertos, el más extenso almacén de insultos del planeta Tierra [...]».

Pero de la misma manera que «Vivimos rodeados del insulto» según el recopilador, también otra cosa es cierta: alguna usuaria siente arrebatos por él, a fin de cuentas viene a ser como su ADN intelectual. Y como es de nacimiento, será para toda la vida (¡puta vida, por cojones!).

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