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El virus y otro fracaso de la Europa unida

Jueves, 1 de enero 1970

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La Unión Europea tenía en la crisis del coronavirus una oportunidad excepcional para demostrar su utilidad al ciudadano. Sin embargo, lamento incluirme en el club de los decepcionados. Porque una cosa es que la voz cantante la lleve la Organización Mundial de la Salud y otra muy diferente que la UE dé la sensación de que se pone de perfil ante un asunto en el que tiene que ser proactivo, en lugar de un espectador pasivo. Sobre todo cuando Italia aparece como uno de los países más afectados por la expansión del virus y, a su vez, fuente de exportación a otros estados.

Los seguidores del fútbol vieron el pasado fin de semana cómo varios partidos de la Liga italiana se disputaron a puerta cerrada. Una medida que se supone que pretende evitar el contagio ante la concentración de miles de personas, pero que obliga a preguntarse: ¿y qué pasa con los futbolistas? ¿O es que ellos juegan guardando dos metros de distancia con el rival y lavándose las manos cada cuarto de hora?

Porque si no queremos que desde Italia siga exportándose el virus, ¿qué hacemos con los vuelos que a diario salen de aeropuertos de aquel país hacia el resto del planeta? ¿Los cancelamos? ¿Y qué pasa con la libre circulación de personas, pues a fecha de hoy se puede ir en tren a Italia desde cualquier lugar de la UE sin pasar control alguno si se es ciudadano comunitario?

El miedo se combate con pedagogía pero también con unidad de criterio. Y no la está habiendo. Otrosí: tanto hablar de la posible suspensión de los Juegos Olímpicos de Tokio, ¿pero qué pasa con la Eurocopa de fútbol? ¿O con los próximos compromisos de fútbol en competición europea, pues tres equipos españoles se tienen que ver las caras con rivales italianos?

La UE de los últimos años es una casa construida por el tejado. Con cimientos endebles y con arquitectos que se olvidaron del control de calidad. Fue fantástico dotarnos de una moneda única pero no contar con una fiscalidad única y con criterios presupuestarios comunes solo ha servido para fomentar las diferencias y, a la postre, la impresión de que el espacio comunitario es injusto. A partir de ahí, el terreno estaba abonado para el rechazo al europeísmo y los populismos de todo lo signo lo vieron claramente.

Ahora Europa naufraga también como espacio común en materia sanitaria. Y ahí pesca a manos llenas el nuevo populismo del bulo.

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