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El Rincón

El Rincón

Jueves, 1 de enero 1970

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Lo que queda después de millones de años no es más que una mancha un poco más oscura en las montañas. En el acantilado del Rincón está trazado el tiempo con toda su relatividad y con toda su trascendencia. Hace unos años Canarias 7 publicaba un trabajo elaborado en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria en el que se explicaba que las tonalidades que se aprecian en la pared volcánica corresponden a las distintas etapas de formación de Gran Canaria. La parte superior sería la más cercana, pero su paradójica proximidad nos aleja de ella tres millones de años. Si miramos hacia abajo, hacia la zona más próxima a la carretera, estamos hablando de una distancia temporal de trece millones de años. En medio estuvo el mar. Por tanto nosotros también habitamos fondos submarinos en los que un día burbujearon los delfines y las ballenas.

Estuve toda mi infancia pasando junto a ese acantilado. Su presencia anunciaba la llegada a la capital para los que veníamos del Norte. Según caían tres gotas de agua se desprendían piedras que entonces no vislumbrábamos tan atávicas. Nuestra mirada también se perdía hacia la costa. En la peña de La gaviota había una casa de madera a la que se llegaba a través de una escalera colgante que a veces quedaba oculta entre las olas. Según los días soñabas con las aventuras del océano o con los colores de la montaña. A partir de ahora miraremos con otros ojos ese espacio transitado siempre en coche: hay paisajes que solo reconocemos a mucha más velocidad que nuestros pasos, y por eso quizá pasamos junto a ellos sin darle ninguna importancia. Uno imagina lo que pudo ver ese acantilado y los vientos y las lluvias que han golpeado sus entrañas a lo largo de millones de siglos. Estaba mucho antes de que lo viera el primer humano y seguirá estando cuando no quede nadie que nos cuente o que cuente ese tiempo que tan poco importa en la vida de una montaña. Nos viene bien esa cura de humildad diaria, sobre todo cuando asoman las vanidades con toda su faramalla y sus oropeles falsos. Nosotros ni siquiera llegamos a pintar la estela de nuestros propios sueños. La naturaleza nos enseña a asomarnos a nuestro destino sin estridencias, sin gorigoris y sin tener que lamentar nada de lo que vamos perdiendo. Somos lo que somos y lo que nos deja el tiempo. Todo lo demás no es más que una falacia que nos hemos inventado para soñarnos eternos. A partir de ahora, cuando mire hacia ese acantilado y hacia las otras rocas de la costa que aún no están datadas geológicamente, le haré un guiño cómplice a la vida por cada uno de los días que me ha regalado el tiempo. Solo hay que aspirar a ser felices todo lo que nos dejen. Lo que quedará de estos años ni siquiera será apreciable en ninguno de esos estratos que van oscureciendo las piedras lentamente.

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