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El PSOE más dinástico

Jueves, 1 de enero 1970

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En las últimas jornadas se ha desatado el repertorio de documentos y firmas de Juan Carlos I junto a Corinna Larsen a son de la donación que él le hizo a ella, tras las presuntas comisiones saudíes, «por gratitud y por amor». Por supuesto, esto debe tener su recorrido judicial (si es que finalmente lo tiene) y será, si acaso, gracias a la Fiscalía suiza y no a la activación del mecanismo en España ni de las portadas de los diarios editados en Madrid. El silencio se ha roto desde fuera de nuestras fronteras. Ahora bien, esto no es óbice sino que se puede y se debe acompañar de una comisión de investigación en el Congreso de los Diputados que el PSOE ha frenado, una y otra vez, respondiendo a su naturaleza de partido dinástico y sistémico que ha protagonizado, junto al PP, el neoturnismo de la Segunda Restauración.

Felipe VI trata de establecer un cortafuego con su padre y, sin embargo, es del emérito de quien hereda la Corona, como si se pudiese deslindar unos aspectos de los otros cuando, en realidad, todo va en el paquete institucional. Las supuestas corruptelas perpetradas por Juan Carlos I erosiona la legitimidad de la Casa Real y, por ende, la transmisión del padre al hijo de la Jefatura del Estado. En una República decente y normalizada sería inconcebible que aguantase sin más una inviolabilidad eterna a favor del titular.

Lo que ocurre es que si cae el rey, lo hace sobre la marcha el sistema del 78 pues, desde su origen, por designación del dictador, la Transición fue, en esencia, la prevalencia de la monarquía (que no pudo discutirse) sobre el principio democrático. De ahí, que opere como una Segunda Restauración. Y si se viene abajo dicho andamiaje lo hace igualmente el sistema electoral y el predominio (que ya no es tanto desde la irrupción del multipartidismo) de unos actores políticos (PSOE y PP) sobre otros. Supone resetearlo todo e ir a una nueva dimensión política.

Sin reforma constitucional, táctica o más bien expresa, no habrá solución (si es que la hay) al problema catalán que, por cierto, ya es también el problema español. Y sin posibilidad de regeneración de la legitimidad de origen del 78, las aguas políticas se estancan en un pozo que impide el funcionamiento ordinario del sistema democrático. En Madrid tratan de romper el Gobierno de coalición del modo que sea y así reconstruir, aunque sea artificialmente, la plenitud de aquel bipartidismo que quebró tras la Gran Recesión de 2008. Como si lo vivido en los últimos diez años fuera un mal sueño que perturba al rey, al PSOE y a las derechas.

En fin, el PSOE debe decidir qué futuro desea: abanderar la reconfiguración del sistema político siendo estandarte de la mayoría social de la izquierda o se ciñe a representar aquello que fue Práxedes Mateo Sagasta y unir su suerte a la arquitectura del 78, cada vez más desgastada. Todo indica que se decanta por la democracia borbónica y que el espíritu republicano tornó en una arenga pretérita. Pero es una posición difícil de defender mientras el deterioro crece irreversiblemente. La reforma constitucional ya no es que sea necesaria sino urgente; pero al rey no le interesa y, por lo que se ve, al PSOE tampoco.

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