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El machismo camuflado

Jueves, 1 de enero 1970

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Nadie es puro. Nadie es consecuente al cien por cien en sus actos. Somos imperfectos. Cometemos errores. Y casi mejor que sea así. Hace más llevadera la vida, sus azares, nuestra existencia. Otros dirán que, esas limitaciones, supone siempre una invitación a mejorar. Para el caso es igual. El pasado 25 de noviembre se celebró, como cada año, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La cita va adquiriendo cada vez más relevancia. Y en este mundo de la comunicación instantánea y las redes sociales, no tardó en deambular mensajes y WhatsApp de allegados, me refiero a hombres, que con toda la buena intención del mundo seguramente querían enfatizar la importancia de la fecha. Sin embargo, dudo que todos a la par que los enviasen pensaran si ellos son congruentes. No pretendo ser juez, ni ganas que tengo. Enjuiciar es harina de otro costal. Pero llama la atención cómo algunos que no ahorraron esfuerzos en visualizar su compromiso social luego no casaba con su comportamiento en otros asuntos donde el sacrificio se requiere. Pensemos en el típico supuesto de la familia donde uno de los padres, ya mayores, queda postergado o aquejado por el mal de Alzheimer y los hermanos no se implican por igual. Algunos hijos, suele ser los hombres, llegada la adversidad se olvidan de sus progenitores y dejan que las hermanas sean las que apechuguen. Esto es machismo puro y duro. Machismo conductual. Y muy injusto. Y, por supuesto, no reluce en el WhatsApp e Internet. Hay que vivirlo. Hay que estar dentro.

De nada sirve la igualdad de la ley si la realidad social no acompaña. Cuando se produce una separación o divorcio quedan secuelas socioeconómicas. Y muchos maridos aprovechan la debilidad económica de su pareja para someterlas y así, poco a poco, reducir su autoestima. El ejemplo clásico son los retrasos del pago de la pensión compensatoria o de la de alimentos a favor de los hijos señalado en el acuerdo o sentencia judicial. Por no hablar de los que un mes de cada dos se burlan tan tranquilamente mientras su expareja se las ve y se las desea para saldar los recibos de la casa que, no hace tanto, fue el hogar.

Debe empoderarse a la mujer. Pero no solo por el texto de la ley, que también, sino por esas circunstancias que conforman la rutina en sociedad. No nos respetamos. Nos hemos vuelto más individualistas, impera el egoísmo. Escondemos nuestras emociones, acaso por un orgullo o una masculinidad mal entendida. Y sobra decir que sin protección, normativa y social, prevalece la fuerza del hombre. Y esta, por desgracia, no atiende a la equidad. El machismo se retroalimenta.

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