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El largo verano de la política

El largo verano de la política

Jueves, 1 de enero 1970

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El verano oficialmente ha acabado. Para los políticos no es así. El verano otorga una especie de calma chicha o placidez que quisieras que se mantuviera para siempre en la vida, te abonarías a él para el resto del tiempo. Es como esa tranquilidad que precede a las grandes batallas o, entre nosotros, a la rutina del trabajo y la cola en el supermercado. Los políticos aún estiran ese agosto ficticio a la espera del 10N que, a fin de cuentas, repartirá suerte y sentenciará su futuro. Lo que ellos no han sido capaces de arreglar, lo hará las urnas a modo de un nuevo veredicto que, a buen seguro, será más tajante e inflexible.

Todos sabemos que sobreviene un periodo de cambios. Es más, que la política se está degradando por cada mes que pasa. Pero nadie todavía es capaz, como es natural, de intuir qué será de Pedro Sánchez o Albert Rivera, por citar algunos, de aquí al próximo verano. Ellos seguramente estarán inquietos, pero la pena irá si acaso por dentro.

A la cita electoral le sucederá el pacto (o el no pacto) para acabar en la guerra interna de aquel partido que no gobierne. Irán contra Sánchez o Pablo Casado para, con los cuchillos afilados, cobrarse las cuentas pendientes. Siempre y cuando el modelo cesarista que impera en las organizaciones lo haga posible. Ya no quedan contrapesos ni cuadros que tengan la autoridad moral de discrepar u opinar distinto al líder.

Otra derivada tras el 10N será reflexionar cómo afectará al poder de las comunidades autónomas. Toca aguardar al viento y al azar caprichoso de los dioses de la democracia. Solo estoy convencido de que en este país la transformación persistirá. Y, por lo tanto, no me extrañaría que 2020 fuese tan o más movido políticamente que 2019. Si alguien piensa aún que es factible sostener que tras los comicios generales pelillos a la mar, es que añora demasiado el bipartidismo. La sociedad se ha fragmentado porque sencillamente es otra. Las expectativas socioeconómicas heredadas de padres a hijos se han roto. La premisa de que el futuro era siempre mejor al presente al estilo de un progreso imparable, se ha resquebrajado por completo. De hecho, muchas pensiones de aquellos que acceden ahora a su jubilación son más elevadas que los sueldos de los que entran por primera vez en el mercado laboral. Pueden ahorrarse la calculadora para concluir que esto no es sostenible. La izquierda dice que poner impuestos a la banca es parte del remedio. Otra cosa es que lo consiga. La presión es enorme. Incluso, los bancos tienen acciones en importantes grupos de comunicación. Y habrá crisis del periodismo, que bien que la hay, pero a día de hoy los políticos siguen llamando inquietos a los periódicos cuando no les gusta lo publicado. Lo de la sacralización de la libertad de prensa, mejor lo dejamos para otro rato. Con ir a votar el 10N y afirmar que la espiral de cambios prosigue, es suficiente por el momento.

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