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Con tanta incertidumbre política, uno ya no sabe si estamos en el final de una etapa o en el comienzo de otra. El momento actual se me enreda en la mente, y tengo que retirarme a reflexionar sobre el significado de palabras como nacionalismo, Estado, localismo, institución, democracia, legitimidad y otras bagatelas que se han vuelto polisémicas porque significan cosas distintas según para quien, y cuando significan lo mismo unos estiman que son maravillosas y otros que son un disparate. Por si ya no hubiera demasiadas comandas pedidas a cocina, tres provincias de Castilla-León quieren divorciarse de su comunidad y crear una nueva, que estaría formada por León, Zamora y Salamanca, enfrentadas a la supuesta perversidad de los gobiernos de Valladolid. La gran pregunta es ¿qué hacemos con Palencia?

En este mundo tan confuso, nos enfrentamos a la dicotomía del paganismo consumista o los fundamentalismos religiosos, y parece no haber término medio (tendré que meditar también sobre qué significa cada una de estas cosas). Algunos autores afirman que la religiosidad es inherente al ser humano y que por lo tanto este tiene la necesidad de adorar a un ser superior e intangible. Esto es, por supuesto, muy discutible, pero es evidente que los comportamientos sociales indican que, cuando faltan elementos religiosos, se buscan sustitutos paganos, como el becerro de oro que adoraron los israelitas mientras Moisés estaba en el Sinaí recibiendo las tablas de La Ley. Así al menos nos lo contó Cecil B. De Mille cuando Charlton Heston se convirtió en profeta y guía, no sé si antes o después de ser el jefe de la Asociación Nacional del Rifle. El asunto se cuela en los medios a raíz de la enajenación y el llanto inducido de grandes masas de personas con motivo de la muerte de alguna figura relevante, habitualmente del espectáculo, que siempre anuncian como el final de una época, aunque Kirk Douglas y Olivia de Havilland sigan manteniendo vivo el ciclo ya más que centenario.

No hace falta que muera el ser idolatrado para que se produzcan fenómenos de locura colectiva; basta que el cantante de moda o el futbolista famoso sean nombrados para que se desate un culto parecido al de la divinidad. Hemos sustituido Fátima por una explanada donde actúan Alejandro Sanz o Rosalía y Lourdes por cualquier estadio de fútbol, aunque Fátima y Lourdes siguen teniendo tirón. Hace unos años, conversando en Madrid con dos personas del mundo de la cultura, con un bagaje intelectual más que demostrado, se hablaba sobre determinado equipo de fútbol, del cual ambos eran seguidores. Hice un comentario humorístico, exhibiendo la ironía lusobritánica tan propia de los canarios. Ardió Troya; su reacción a dúo fue brutal, se sintieron ofendidos como si yo hubiera blasfemado contra algo muy sagrado, y ahí no caben bromas. Había invadido las esencias de una nueva religión multimillonaria que, volviendo a la Biblia de Cecil B. De Mille, es oro sin becerro.

Dicen que no hay demasiadas razones para esperar mucho del nuevo año. En realidad los años no dan ni quitan, son un mera medida basada en el tiempo astronómico, y los años son buenos a malos según le vaya a cada cual. Espero que en este próximo período de 366 días (este año nos dan uno más) todo vaya mejor, aunque eso es un modo de hablar, porque seguirán pasando cosas, buenas y malas, es la vida. Me contó un patricio que murió centenario (seguramente puso bastante de su cosecha) que al terminar la misa del 31 de diciembre del año final del siglo XIX, don José Cueto, a la sazón obispo de la diócesis de Canarias, entonó una oración por las almas de todos los fieles presentes. Los canónigos le expresaron su sorpresa, porque en vísperas de año y siglo nuevos se esperaba de él algo más esperanzador y alegre. “¿Alegre?”Argumentó el obispo, “he rezado porque entramos en un siglo del que no vamos a salir vivos los que estamos en edad de pecar, y a nadie le viene mal una oración por su alma”. No sé si el obispo, además de solidario hasta el punto de que el pueblo lo llamaba cariñosamente Padre Cueto, era un hombre previsor, un aguafiestas o tenía un gran sentido de humor.

Yo me quedo con lo último. Seamos, pues optimistas, aunque las grandes palabras empiecen a necesitar una mano de pintura. Mientras recuperamos el tono muscular de la convivencia, a lo mejor sería bueno ir subiendo por otra escalera de palabras como sosiego, cordura, lealtad y una lista de términos que acaban igual porque contienen a los demás en su conjunto como entidad que respira: amistad, solidaridad, colectividad, generosidad... Hay que perseguir esa luz que nos hace mejores, el color de la vida. Entremos sin miedo al Año Nuevo, sin más líneas rojas que las del dolor ajeno. Gracias por pasar alguna vez por este rincón de Canarias7 y buen año 2020.

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