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El Buscón

Jueves, 1 de enero 1970

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¿Qué es la literatura? Tenía trece años y lo único que me importaba era jugar al fútbol, estar en la playa en verano o andar de un lado para otro improvisando juegos, construyendo casetas o tratando de descubrir caminos nuevos entre los barrancos y las montañas. Entonces un profesor del colegio, Sebastián Gordillo, nos dijo que íbamos a empezar a leer literatura. Yo había venido a Las Palmas con mi madre al médico y fuimos a la librería Canaima a comprar aquel libro de literatura. Según llegué a la librería me fui directo a unos libros de fútbol, entre los que recuerdo uno titulado Yo Cabeza, que contaba la vida del entonces presidente del Atlético de Madrid. Mi madre me dijo que tenía que elegir un libro de Literatura y me llevó a la estantería de Cátedra, y allí me dejó un rato, sin saber que ese rato iba a ser para toda la vida, que esa estantería iba a cambiar por completo mi destino.

Leí varias sinopsis y dudé entre varios libros, pero al final me decanté por El Buscón, de Francisco Quevedo. Lo leí sin enterarme de mucho aquella primera vez, pero entendí que la literatura era emoción, ironía, compasión, belleza, y sobre todo aprendí que cuando uno lee entiende al otro, se pone en el lugar del otro. Todo eso lo supe más adelante, cuando llegaron los otros profesores de Lengua y Literatura en el instituto: Paloma Bermejo, Eduardo Perdomo, María Teresa Arias y María Teresa Ojeda. Aquel niño al que solo le gustaba estar buscando aventuras en la calle también descubrió que hay otra aventura interior, que uno es libre eligiendo los libros que lee, que la lectura nos lleva a hacernos preguntas todo el rato y que quien lee difícilmente es manipulable. Hace unos días regresé a la librería Canaima para presentar Dos, mi última novela. Sí, aquel niño volvía treinta y siete años después a la misma librería, con aquella edición del Buscón que me ha acompañado siempre a todas partes. Vine a entender el final del libro cuando vivía en Londres casi diez años después de haberlo comprado y cuando, como Pablos, iba de un lado para otro sin encontrar mi lugar en el mundo. Quería ser escritor, pero no tenía lecturas, ni experiencias. Solo tenía sueños, pero los sueños casi siempre acaban derribando todos los muros de ese futuro siempre incierto que dibujan los timoratos y los que no arriesgan. En Londres entendí por fin el final de aquel libro comprado a los trece años: “nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”. Desde entonces no he dejado de leer y de escribir, de buscar, de soñar, de equivocarme, de aprender y de agradecerle a la vida aquel día delante de aquella estantería de Canaima. Aún tiene el precio escrito a lápiz. Doscientas cincuenta pesetas. Eso es lo que costó mi sueño. Lean, no dejen de seguir buscando libros si quieren ser realmente diferentes.

Ciclotimias

Todo mapa tiene siempre un tesoro en alguna parte.

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