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Se supone que 2018 debe ser el año de la reforma constitucional, de las modificaciones estructurales capitaneadas por Mariano Rajoy. Eso nos han dicho. Pero quedará en nada. Será un curso político más estilado a los anteriores. La política quema. Y hay victorias dadas a la ganancia pírrica o a la nostalgia. Es el caso de Inés Arrimadas que ha ganado los comicios catalanes pero con un sabor agridulce. Es el recuento de votos cuya alegría tan solo dura una noche. Auténticos amores de verano obligados a caducar entre el dirigente de turno y la ciudadanía. Pero luego viene la rutina. Y la costumbre es por naturaleza conservadora. Algo similar le pasó al popular Javier Arenas en Andalucía y al socialista Juan Fernando López Aguilar cuando se presentó en Canarias (en realidad, le gustaba su responsabilidad como ministro de Justicia) en 2007. Pero José Blanco tenía demasiado mando en plaza. Y José Luis Rodríguez Zapatero le dejaba hacer en Ferraz lo que le gustase mientras el presidente del Gobierno experimentaba con cuotas para conformar sus Ejecutivos y la creación de carteras nuevas. Blanco envió a las comunidades autónomas a los escuderos de Zapatero. A otros, incluso, les sentenció al ostracismo interno. Blanco iba sobrado. Tenía sentido tanta autoconfianza. Pronto recibiría como premio el Ministerio de Fomento cuyo presupuesto te permite caer en gracia a la vez a las dos Españas.

Nos concentramos tanto en escenarios políticos posibles fruto del multipartidismo cuando las grandes lecciones están en aquel periodo en el que PP y PSOE se alternaban en el poder. En el fondo, el hombre no cambia. Y la apetencia de competir y decretar es un clásico desde los orígenes de la caverna. Por eso no pasará nada de nada este 2018 digno de relevancia histórica. La Constitución seguirá como está, ni una coma más ni una palabra menos. Y los discursos institucionales rebosarán, como siempre, esas apelaciones al sentido de Estado que alberga las grandes oportunidades mientras se brinda con cava y todos se desean lo mejor a pesar de las diferencias políticas si es que las hay. Hasta en la política italiana del siglo pasado confluían comunistas y democratacristianos maletín en ristre, hay descorches de botellas de vino capaces de lograr consensos inauditos.

Pedro Sánchez fue uno de esos llamados fontaneros de la época de Blanco en Ferraz. En 2011 el PSOE perdió las elecciones generales, se venía venir, y aún la socialdemocracia en este país sigue sin recuperarse. A saber cuándo vuelve la izquierda a La Moncloa. No vaya a ser que, a su manera, retorne una especie de exilio como el de 1939. Aunque, bien mirado, allí había coraje.

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