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El ánimo constitucional

Jueves, 1 de enero 1970

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Pocas cosas son tan predecibles en la política nacional como que cada año a cuenta del Día de la Constitución se hable de sus posibles reformas para que luego no pase nada. Y así, curso tras curso. Una tónica imperante desde hace mucho. Eso sí, hay una gran diferencia de las conmemoraciones últimas con respecto a las de hace poco más de una década: el ánimo que arropa al festejo es muy distinto. Hemos pasado de la mitificación de la Carta Magna a la reivindicación para que sea transformada. Sin ningún punto intermedio; de hecho, hasta Podemos ya reclama derribar el edificio constitucional. Ese cambio de ánimo viene motivado primero por la crisis social derivada de la recesión económica (cuestionamiento de la instituciones, precariedad laboral,...) y después por el conflicto territorial espoleado por unos nacionalismos antaño pactistas que ahora se han tornado soberanistas. Eso sí, el problema catalán no se va a arreglar por mucho que se ejecute una reforma de la norma fundamental. Cuando se quiere la independencia a toda costa, no hay encaje posible. Ellos quieren la ruptura, nada de transmutar la función del Senado o propuestas por el estilo.

Por lo tanto, en 2018 por estas fechas aventuro que seguiremos igual. Y más que abrir el melón constitucional veo si acaso posible que Mariano Rajoy disuelva las Cortes Generales y convoque elecciones. Sobre todo, si los comicios este mes en Cataluña apuntan resultados similares a los anteriores y, en suma, el problema se enquista. Vamos, que si acudimos al colegio electoral será para elegir nuestros diputados y senadores y no fruto de un referéndum que regenere el acuerdo de 1978.

Si a la izquierda (PSOE y Podemos) le perjudica que el debate político se centre en la clave territorial, está por ver si ese debate constitucional por originar favorezca a los progresistas cuando, en realidad, lo probable es que Rajoy aproveche el sentimiento nacional para abanderar la unidad territorial. Es decir, que en tiempos turbios es discutible si resulta sano abordar esta tarea. Pero tampoco podemos seguir como estamos. Dicho en plata, hay dilema para rato. A mi juicio, si nos abocamos a una reforma constitucional no son tantas las cosas por cambiar. Lo importante es el clima político que le acompañe. El nivel de compromiso es el que es. Podemos no es el PCE. No existe algo similar a UCD. Y los nacionalismos vascos y catalán están a lo suyo. El motivo más sencillo para justificarlo es de carácter histórico: en 1978 se trataba de dar carpetazo a una dictadura. Eso lo facilita todo. Hoy por hoy estamos en una democracia. Otra cosa son los dislates de los que la niegan y, por ejemplo, aluden a los presos políticos. Qué pensaría Marcelino Camacho y otros, de vivir aún.

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