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Pedro Sánchez, secretario general de los socialistas, presidente en funciones y candidato a la investidura, sigue con las negociaciones para lograr los votos que garanticen su continuidad en el cargo. El pasado viernes se sentó con Bildu y Junts, dos reuniones de un alto significado político y que convierten a ambos partidos en interlocutores determinantes para esa mayoría que busca Sánchez. Si cuestionables son el pasado y el presente de ambos partidos, el primero heredero del brazo político de ETA y el segundo liderado por el prófugo Carles Puigdemont, también lo es la consigna de Sánchez y el PSOE de envolver en un espeso silencio la negociación. Lo que está en juego no es la carrera política del candidato a la investidura, sino las condiciones que marcarán la gobernabilidad del país. Por eso mismo todos tenemos derecho a saber ya qué está ofreciendo el PSOE, qué líneas rojas ha marcado (si es que las hay) y qué responde ante los órdagos que han lanzado los independentistas vascos y catalanes. Mantenerse en la ambigüedad, cuando no en la opacidad, no es de recibo, sobre todo si la otra parte pone sobre la mesa exigencias que pueden alterar la convivencia y reconfigurar el propio concepto de Estado.
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