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Discotecas no, pero cementerios tampoco

«Hay que hacer los cascos históricos permeables a los nuevos tiempos sin que pierdan su esencia»

Jueves, 1 de enero 1970

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Gaumet Florido

Si de verdad quiere pasar miedo, si le inquietan las casonas vacías, antiguas y bonitas, pero vacías, o le va eso de mirar atrás porque no oye nada y sospecha de verse paseando tan solo y en mitad de un silencio sepulcral, entonces no lo dude, pásase un buen día de estos, a eso de las ocho y media de la noche, no hace falta que sea más tarde, por algunas de las calles, incluso las más céntricas, del barrio de San Juan, en Telde. No hay un alma, ni siquiera en fin de semana. Es peor, o casi, que un cementerio a oscuras. No hay más actividad social, así, periódica, que la que se genera con los que van a misa de 19.30. Solo las farmacias, que aguantan hasta las nueve de la noche, y algún bar amortiguan la depresión.

El casco histórico de San Juan se muere poco a poco. Y el problema, entre otros, es que toda su vida se concentra en el horario laboral de los funcionarios. Vive, y los negocios que allí hay también, gracias a las oficinas municipales, los juzgados o el centro de salud. Cuando echan el cierre, San Juan hiberna, se congela. No sé si es así como lo quieren sus vecinos, los que residen en él, pero quizás esto no le haga bien, quizás solo contribuya a hacerlo de verdad viejo, o más viejo, a que pierda atractivo, a que sus moradores vayan desapareciendo, sus casas, vacías, se vayan desmoronando, y el centro urbano se mude de sitio.

Frente al sopor de San Juan, está el modelo de Vegueta y Triana, al menos el de sus calles más céntricas, convertidas en un destino gastronómico y comercial para toda Gran Canaria, sobre todo de jueves a sábado. Casi no hay bar sin terraza en la calle. Y, salvo eventos masivos, se nota que hay vida. Abren hoteles, tiendas curiosas... Hay movimiento. Tiene atractivo, para los locales y para los turistas. En este caso, por el contrario, los vecinos se quejan. Les molestan los ruidos, las aglomeraciones, el incivismo de algunos, la basura que les dejan... Y también tienen su parte de razón. Un casco no puede ser una discoteca. Es cierto. Pero tampoco es patrimonio solo de los que lo habitan.

Cuando escucho las quejas de los residentes de Vegueta y Triana, no puedo evitar acordarme de San Juan, y me pregunto si lo que quieren es eso. Seguro que no. La clave entonces está en la regulación. Los ayuntamientos han de propiciar que los centros históricos sigan siendo el alma de las ciudades y de los pueblos, pero sin que eso suponga condenar al exilio a sus moradores. El reto, está claro, no es fácil. Si se mueren, se caen a cachos, y con ellos, la historia que encierran. Hay que hacerlos permeables a los nuevos tiempos sin que pierdan su esencia. Y hace falta otra cosa: que los que los habitan tomen conciencia de que todo privilegio requiere peajes. Han de ceder un poco. Por el bien de la propia comunidad en la que viven.

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