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Directo Raphinha adelanta al Barça en Montjuic

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Se ha puesto de moda decir que alguien “lee bien” cualquier asunto cuando entiende qué está pasando realmente. Para los cronistas deportivos, un entrenador no ha sabido leer el partido cuando no ha encontrado el modo de superar al adversario, un gestor financiero ha leído bien los movimientos de la Bolsa y ha conseguido beneficios para sus inversores o un consejero político ha hecho una buena o mala lectura a los elementos que afectan a un asunto. Así, desde el domingo por la noche, dirigentes, periodistas, historiadores, economistas, sociólogos y analistas están haciendo lecturas de los resultados de las elecciones generales repetidas. Y he llegado a la conclusión de que la inmensa mayoría leen lo resultados electorales forzando la gramática para beneficiar la imagen de los de su cuerda. Sé que estos resultados son muy enrevesados por los factores que concurren, porque, como en el circo, de su comprensión depende la vida del artista, y porque es tan enmarañado el pandemónium de mandatos que parece escrito en chino cantonés. O sea que, más que una lectura, se necesita una traducción.

Entiendo que le interesa a Sánchez hablar de victoria socialista y emplazar a los demás a que sean responsables, que no sabemos exactamente qué significa, pero queda bien en una noche electoral; entiendo que a Casado le interese poner cara de vencedor, haga un poco de ruido y se atreva a sugerir que Sánchez se haga a un lado cuando le aventaja en 32 escaños; entiendo que Rivera no asuma sus errores de estos últimos meses, pero al mismo tiempo digo que no seré yo quien haga leña del árbol caído, y le reconozco la coherencia al dimitir; entiendo que Iglesias dirija todas las culpas a Sánchez para aparecer inmaculado; y, en fin, entiendo que cada fuerza política trate de justificarse con mejor o peor fortuna. La naturaleza humana es muy frágil y hay mucho en juego.

No, no me he olvidado de la ultraderecha. Cada una de sus ideas, la manera de expresarlas y la demagogia que utiliza no pueden justificarse por la fragilidad de la naturaleza humana. Además de que aporta datos que no concuerdan con la realidad, de que se proclama constitucionalista a la vez que propone acabar con las autonomías que se basan en su Título VIII, y de otras inexactitudes, por decirlo con lenguaje moderado, da escalofríos escuchar la expresión “nuestra patria” con insistencia cansina y vacía. Y es que cuando se habla de patria ya nos perdemos; si por la patria se hunden barcos, se vuelan puentes, se arrasan las cosechas, se bombardean ciudades, se siembra el odio al que piensa distinto, se mata impunemente ¿qué es la patria si los barcos son pecios, las cosechas cenizas, las ciudades escombros, los hermanos enemigos y las personas cadáveres? Pocas veces hay ocasión tan propicia para citar a Samuel Johnson, eminente autor inglés del siglo XVIII, quien sentenciaba que el patriotismo es el último refugio de los cobardes, frase que sonaba muy bien en boca de Kirk Douglas en la película de Stanley Kubrick “Senderos de gloria”, eso sí, cambiando cobardes por canallas.

A mi modo de ver (y de leer) lo más proclamado sobre estas elecciones es que las urnas han dado unos resultados similares a los del 28 de abril. A primera vista, los números se parecen, pero son absolutamente distintos y claros. Esta vez no valen componendas, sumas aritméticas y malabarismos parlamentarios. Las papeletas proclaman nítidamente los siguientes mensajes: hay un peligro claro de embrutecimiento de la sociedad con ideas excluyentes y amenazantes, que se ha fortalecido porque las fuerzas conservadoras tradicionales han permitido, alentado y a veces abrazado un discurso minoritario para alcanzar el poder con sus alianzas; se manifiesta la diversidad de territorios y maneras de entender un estado flexible; ha pasado la hora de juegos de parvulario utilizando los medios de información para desinformar; urge encarar cambios profundos en la distribución de la riqueza, la igualdad en todos los órdenes, la tranquilidad merecida por los jubilados, los servicios sociales, las responsabilidades fiscales y otros muchos asuntos que están empantanados; acceden al Congreso nueve fuerzas nacionalistas o territoriales que indican que a problemas distintos hay que darles soluciones diferentes; concurren también cinco partidos de implantación estatal que tienen que entender todo este galimatías y aplicarse a resolverlo. Si realmente, como suelen decir, quieren servir al pueblo, han de pensar en toda la gente. Unos y otros (independentistas incluidos) tienen que buscar la manera de bajarse del tigre que cabalgan y cuyo destino nadie conoce.

No. No se han repetido los resultados de abril. Ahora hay encomendadas tareas muy claras. Las fuerzas políticas actuales llevan cuatro años demostrando su torpeza, su infantilismo y su ineficacia, pero con estos mimbres hay que armar el cesto. Si no se sienten capaces quienes llevan los mandos, que dejen paso a otras personas, pues no solo Rivera personifica el fracaso político, porque a veces otras miradas y otras voces pueden alcanzar el entendimiento para el que hasta ahora han sido inútiles cum laude. Lean y relean los resultados electorales hasta que entiendan los mensajes que les han dejado veinticinco millones de votantes mayores de edad, que están hartos de discurso grandilocuentes, de cantinelas vacías como la unidad indisoluble de la patria por la gracia de Dios, revoluciones de salón o aventuras personales que se pretenden imponer como colectivas. Se informa a quienes van a ocupar los 350 escaños de La Carrera de San Jerónimo (da igual qué siglas representen) que esta es la última oportunidad para demostrar que la política es el arte de lo posible. Si no lo hacen, la historia, que es muy testaruda, lo hará por ustedes y la factura será muy alta. Con estos números, la frase popular es que esto no lo arregla ni Dios. Harto de tanta estupidez personalista, parece ser que Dios también ha hecho un Rivera. Así que tendrán que arreglarlo ustedes.

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