Dimitir: ese verbo que emigró
Del director ·
Cuesta pensar que un mando policial lo decidiera sin consultarloLo siento por la Policía Nacional. Salvo un giro de última hora, les va a tocar pagar los platos rotos. Todo apunta a que la consigna política es, por supuesto, salvar al ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y hacer lo mismo con el delegado del Gobierno en Canarias, Anselmo Pestana. De manera que en las últimas quinielas alguien de la escala de mando policial será el que sea presentado como el responsable de lo que sucedió el pasado martes en Arguineguín.
Si finalmente fuera así, sería una injusticia más sobre un cuerpo policial al que le ha tocado multiplicarse para hacer frente a una nefasta gestión política de la crisis migratoria. Porque son ellos los que se han encontrado trabajado en condiciones precarias ante el aluvión de migrantes, con el añadido de poner orden donde el hacinamiento invitaba a una rebelión en toda regla.
Cuesta pensar que un mando policial decidiera sin consultar a la superioridad que 227 migrantes podía quedar literalmente al pairo. Y si le hacemos caso a la alcaldesa de Mogán, Onalia Bueno, no iba ser el único episodio. Sostiene la primera edil que la consigna era hacer otro tanto cada día, para así ir vaciando el muelle. Y da Bueno nombres concretos de quiénes lo sabían y quién lo frenó. Los primeros señalan directamente a la Delegación del Gobierno, cuyo titular, Anselmo Pestana, se ocultó en la tarde-noche del martes y ayer sí tuvo tiempo para hacerse una foto con mandos policiales. Una reunión, por cierto, en la que no costaba nada haber invitado a la alcaldesa de Mogán, a su homóloga de San Bartolomé de Tirajana, igualmente al de la capital grancanaria porque durante horas fue en la ciudad donde quedaron abandonados los migrantes, y, ya puestos, también al presidente del Cabildo grancanaria, pues somos isla. Aunque algunos crean que debemos ser isla-cárcel.
Ayer al ministro Grande-Marlaska se le atragantó Arguineguín. Fue a mencionar el pueblo moganero desde su sillón del Congreso y fue incapaz de decirlo. Es más, lo que le salía se parecía más bien a Afganistán; claro que a lo mejor fue el subconsciente el que lo traicionó, pues le venía a la mente Guantánamo cuando pensaba en el lamentable campamento del muelle moganero.
El resumen es que aquí no dimite nadie y que el muerto político le va a caer a unos que pasaban por allí. Dimitir es un verbo que emigró del vocabulario político. Marlaska no sabe conjugarlo y Pestana, el hombre del silencio, tampoco logra articularlo. Con lo digno que es saber irse.