(Des)orden
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Del director ·
Kondo acabó así generando una necesidad donde seguramente no la habíaSegún los contadores digitales, había millones de personas que seguían a la japonesa Marie Kondo y sus instrucciones a través de las redes sociales sobre cómo ordenar una casa. Esos millones de seguidores supongo que esta semana transitan entre la sorpresa, la desolación y las ganas de tirarse por la ventana al enterarse de que Kondo confiesa que ya es incapaz de combinar el orden sobre el que evangelizaba con atender a sus hijos. Como no entendí el fenómeno inicial, menos aún puedo comprender la desazón creada por la confesión de la señora. De manera que solo se me ocurre darle la bienvenida al mundo real.
El auge de Kondo es propio de estos tiempos. Imagino que en breve contaremos con tesis doctorales sobre cómo se consigue que una persona desconocida se convierte en 'influencer', esto es, en la creadora de tendencias que siguen miles y millones de personas que no tienen otra contacto con su particular apóstol que un teléfono móvil o un ordenador. Me inclino a pensar que cuando hay algo de vacío emocional, intelectual o existencial, cualquier aportación es buena para llenar los huecos creados.
Kondo acabó así generando una necesidad donde seguramente no la había, pero es que lo mismo puede decirse del crecimiento vertiginoso de las empresas tecnológicas. ¿O es que hace quince años estábamos deprimidos porque para ponerse unos auriculares había que tener un cable que los conectase al dispositivo del que salía el sonido?
Tres cuartos de lo mismo cabe decir con la evangelización de la felicidad que inunda también estos tiempos y sus redes de comunicación. Es abrir internet y empiezan a aparecer los consejos sobre qué hacer para llevar una vida en armonía, cómo superar las adversidades y cómo evitar los disgustos. No deja de ser la adaptación al espacio digital de lo que fueron los libros de autoayuda y antes de estos las oraciones ante el púlpito, de manera que cabe preguntarse si de verdad caminamos hacia adelante o damos pasos hacia atrás.
Porque después está la realidad, que nos enseña que, nos guste o no, hay sobresaltos, tristezas, desgracias y desórdenes de todo tipo. Por eso tiene su valor que Marie Kondo al final haya venido a demostrarnos que es como cualquier hijo de vecino: su confesión desmonta su mito y coloca las cosas en su sitio.
Ahora, con la casita un poco desordenada y sus hijos bien atendidos, seguro que encuentra tiempo para sentirse algo más de carne y hueso. Desordenada e infeliz, pero humana.
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