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Debieron hablar los ciudadanos

Debieron hablar los ciudadanos

«En el ejercicio sano de la democracia hay grados, y no es lo mismo llegar al poder legitimados por las urnas»

Jueves, 16 de julio 2020, 18:07

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El vuelco que ha operado España en su Gobierno en dos días no tiene precedentes en la democracia, ni encaja en la razonabilidad y lógica de los sanos procesos democráticos. Si la crisis provocada por la sentencia Gürtel es tan intensa que afecta gravemente a la continuidad de un Gobierno, la salida más razonable, lógica, sana y aceptable desde el punto de vista democrático es la de las urnas, esto es, que sean los ciudadanos los que decidan el relevo y no una moción de censura forzada. Nadie quita legitimidad legal a la moción de censura. Es un instrumento constitucional, pero en el ejercicio sano de la democracia hay grados, y no es lo mismo llegar al poder legitimados por las urnas, por los ciudadanos, cuando la situación lo requiere, que por pactos entre actores divergentes que sólo buscan la brecha de la debilidad del Estado para imponer sus criterios.

Si el motivo del relevo en el Gobierno es el cambio de ciclo, el fin de marianismo y del PP, éste se debe producir de la misma manera, a través de las urnas, con la voz limpia de los ciudadanos en una jornada electoral, y no forzado por una maquinaria de mayorías dispares, imposibles, elementos políticos a los que les unen intereses muy divergentes, algunos ilegítimos e ilegales, a otros pasiones y a la mayoría el odio a Rajoy. Ayer el Congreso de los Diputados forzó la maquinaria del proceso para poner como presidente del Gobierno al líder de un partido con 85 escaños, el segundo en número de votos, con los apoyos de una amalgama política que sólo puede llevar a un mayor nivel de desestabilización y de radicalización de posiciones, a la inestabilidad. Una auténtica jaula de grillos entre los que destacan los independentistas, movidos por la fortaleza de la debilidad del Estado, su gran baza para proseguir con sus procesos de independencia.

Nadie, medianamente sensato en este país, puede ver en este nuevo Gobierno de Pedro Sánchez, el hombre que perdió dos elecciones generales, que llevó a su partido a los mínimos históricos de representación y que fue echado por su partido, la salida a la grave crisis institucional que vive España. Nadie sensato puede justificar que la salida a la cuestión catalana esté en las manos de los que quieren romper España, incluido el PNV, que ha visto en esta circunstancia la posibilidad de subirse al carro catalán reanimando un Estatuto de Autonomía con tintes independentistas y racistas.

Estoy absolutamente convencido de que el ciclo PP debe acabar, como todos los ciclos políticos, pero de la mano de los ciudadanos, no de esta manera torticera y precipitada que sólo da paso a la incertidumbre y al fortalecimiento de la España dividida y en crisis institucional, al hilo se una segunda burbuja y un receso en la economía.

En el PP hay corrupción, grande, y la sentencia Gürtel pone negro sobre blanco las prácticas de financiación ilegal y el enriquecimiento de destacados miembros del corazón del partido, un fenómeno que afecta también y por igual al PSOE y a otros partidos que ayer echaron a Rajoy por esa misma razón. A casi todos se le puede echar en cara exactamente los mismos comportamientos. Güertel es Gürtel, pero tampoco tiene la suficiente fuerza para servir como argumento que acabe con un Gobierno completo y para cerrar una etapa con una moción de censura.

En este país, donde fabricamos los argumentos políticos para que los ciudadanos y los periodistas nos entretengamos y para ocultar los verdaderos motivos de determinados movimientos, no hay quien se trague el de la corrupción, un arma arrojadiza. La corrupción ha sido la excusa de Sánchez para una moción de censura que tenía programada para ser actor principal en un panorama político que ya prescindía de él, y cuyo desenlace, llegar a ser presidente, ni tan siquiera estaba en su cabeza cuando la diseñó. La carambola política, propiciada por el hartazgo de las formas de gobernar Rajoy, el único elemento en común de los censurantes, es de dimensiones épicas y solo hay que esperar que, por el bien de todos, salga bien.

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