El no llanto de los chimpancés
Jane Goodall era también Mensajera de la Paz de Naciones Unidas. Y sobre ella recordaba estos días Miquel Llorente, presidente de la asociación primatológica española, que «estar con Goodall significaba sentir que el futuro era posible»
Diputado autonómico del Partido Popular de Canarias. Director de empresas y organizaciones turísticas
Sábado, 4 de octubre 2025, 19:19
A la nonagenaria edad de 91 años ha fallecido en la ciudad de Los Ángeles Jane Goodall, mundialmente conocida por su vasto y reconocidísimo trabajo ... en el campo de la etología, parte de la biología que estudia el comportamiento de los animales. En su caso, vinculado dichos estudios los estudios al comportamiento de los chimpancés, genéticamente la especie más próxima al Homo Sapiens. O sea, la más parecida al ser humano.
Desde que allá por la década de los años 60 del pasado siglo XX, Goodall comenzara a observar, analizar, registrar, comprobar y divulgar con rigurosidad a la comunidad internacional todo tipo de características antropomórficas por ella detectadas en los chimpancés, la transversalidad de su obra científica (a la vez que incluso humanista) logró alcanzar esa dimensión planetaria por la que se reconoce a la investigadora británica.
Hasta tal punto su dimensión que, tras su deceso, la noticia corrió como la pólvora a través de todos los medios y soportes de comunicación del planeta, haciéndose eco de su fallecimiento al mismo nivel de interés que, por ejemplo, el reciente del santo padre Francisco. Que, al fin y al cabo, eminentes bióloga y teólogo ya fenecidos focalizaron sus esfuerzos en el alma del ser humano, aún lo tratasen desde distintas perspectivas y objetos de estudio, y de que persiguieran objetivos asincrónicos.
Pudiendo quizás resumirse toda la información internacional al respecto de la muerte de Goodall mediante el siguiente titular de la revista Time, el cual ni siquiera requiere de traducción: «An extraordinary legacy for humanity: celebrities, politicians, and activists around the world pay tribute to Jane Goodall».
De las también múltiples e interesantes informaciones de los medios españoles, quizás a nivel nacional reseñar el titular y la entradilla del digital 'El Confidencial', con los siguientes título y entradilla: «Jane Goodall, la soñadora que cambió para siempre lo que sabemos de los chimpancés».
«La escena ocurrió en el Congo», continuaba el artículo periodístico firmado por el escritor y asesor científico Sergio Parra. «Una chimpancé joven, llamada Wounda, había sobrevivido a la caza furtiva y a una grave enfermedad. Al ser devuelta a la selva, los cuidadores esperaban verla correr hacia la espesura y desaparecer para siempre. Pero antes de hacerlo, Wounda se detuvo, giró la cabeza y buscó a una mujer de cabello plateado que la miraba en silencio. Caminó hacia ella y la rodeó con los brazos. Fue un abrazo largo, cargado de una emoción que desbordaba la frontera entre especies».
Reproducir una y otra vez en internet el vídeo del abrazo de Wounda a Goodall, no sólo impacta emocionalmente, sino te lleva de la mano a la contradicción moral de no entender de cómo, por una parte, un ser animal es capaz de mostrarse tan agradecido con una persona que le ha curado y le ha salvado la vida; y cómo, por otra muy lamentable parte, el ser humano es capaz de las peores barbaries, en especial respecto a los de su propia especie.
Injustificables conflictos sangrientos a lo largo y ancho del globo provocados incomprensiblemente por ese 'ser humano' que, pese a ser genéticamente igual en un 98,7% al chimpancé, se diferencia respecto de este último «en el desarrollo del cerebro, en las habilidades cognitivas, en la postura bípeda, en el lenguaje complejo, la creatividad y en la transmisión de su cultura de generación en generación», según me ha chivado la inteligencia artificial. Pies para que os quiero.
Indagando un poquito más en el fascinante universo Goodall, resulta que en realidad los chimpancés no lloran. Mejor dicho, no pueden llorar cuando experimentan emociones, a pesar de que su comportamiento biológico si les faculta para generar y transmitir tristeza, miedo o enojo, además de, por supuesto, alegría.
Una reverberación de sentimientos que, en el caso de los negativos, parece se manifiesta no mediante la producción de lágrimas que caen por sus mejillas (sólo humedecimiento superficial del globo ocular). Sino a través de procesos como el auto-aislamiento social, la vocalización de sonidos que reflejan angustia, el decremento de su actividad física ('letargo') o la realización de gestos aflictivos de diversa índole.
Los dislates de todo tipo y en todo ámbito, de esta actual humanidad de la que somos integrantes y partícipes, son de tal calado y presentan tal no deseado grado de permanencia entre nosotros, que no me extrañaría que más pronto que tarde empecemos a desandar el camino andado por Darwin, y acabemos perdiendo hasta ese, en el fondo, don espiritual regenerativo que supone el alivio y la magia de la secreción de lágrimas propia de un llanto de alegría o de tristeza.
Dislates refería, sinónimo según la RAE de disparates, barbaridades, desatinos, imprudencias, locuras, insensateces, despropósitos, absurdos, desaciertos y burundangas. Sí, burundangas. No en su versión de sustancia soporífera que se le administra a una persona para robarle en el 'mejor' de los casos. Sino en su acepción colombiana de «desórdenes, embrollos, enredos, jaleos, líos, …».
Desde hace días, los chimpancés de todo el planeta sufren de un doloroso y triste no llanto, tal vez sólo por la marcha eterna de Goodall, tal vez observando perplejos el funesto sendero de barbarie, sinrazón y destrucción propia por el que transitan sus congéneres los seres humanos.
Jane Goodall era también Mensajera de la Paz de Naciones Unidas. Y sobre ella recordaba estos días Miquel Llorente, presidente de la asociación primatológica española, que «estar con Goodall significaba sentir que el futuro era posible».
Quizás por esa sencilla reflexión de que un (mejor) futuro es posible, me acordé, modo terapia mental, del no llanto de los chimpancés. Y del emotivo vídeo del abrazo de Wounda con Goodall.
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