Cutrerío turístico
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¿No es cierto que el planeamiento municipal puede dibujar una plaza pública en un solar que llevaba décadas en poder de una familia y que ahora ha de ser expropiado en beneficio de una comunidad? ¿O que los ayuntamientos tienen la potestad, mediante ordenanza, de regular qué tipo de sombrillas y de mesas y sillas han de usarse para las terrazas en ciertos sectores de una ciudad? ¿O que pueden también instar a que las fachadas de una zona se pinten con un determinado color?
Dados estos mimbres, entiendo que no sería tan descabellado exigir a las administraciones públicas que, dentro del marco del libre mercado, se fijen algunas condiciones mínimas a los locales de ocio y restauración que operan cara al turismo, o al menos a aquellos radicados en sitios que consideramos emblemáticos.
Los hay que proyectan una imagen lamentable de nuestro destino, con una presencia cutre, un servicio caótico y una cocina para salir del paso. Con todo, puede ser bastante peor. Algunos incurren en prácticas que directamente rozan la estafa. Basta un paseo por el sur de la isla o por la capital para encontrar varios ejemplos. Y Gran Canaria no se lo puede permitir. El turismo es nuestra principal fuente de ingresos y lo menos que podemos hacer es cuidarlo. Deberían fijarse controles de calidad.
Es verdad que la mayoría del sector cuida de sus negocios y contribuye a la buena reputación de la isla, pero también es verdad que basta un garbanzo podrido para estropear el plato, sobre todo cuando esos garbanzos se concentran en puntos concretos. Y quien no cumpla, entiendo, entonces debería ser sancionado. Seguro que captarán el mensaje.
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