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En una conversación con un reportero gráfico del periódico, este vino a contarme su visión sobre el perfil de algunos dirigentes políticos en Canarias. Como los ha retratado cuando estaban en la oposición o intentándose abrir un hueco en el partido, los ha visto desnudos y deseosos de cualquier espacio de protagonismo, por mínimo que sea, que el fotógrafo habrá adivinado con su cámara. Entonces, me dice, y me traslada nombres y apellidos, son cercanos y parecen la mar de buenos. Otra cosa, me insiste, es cuando toman el poder que, de repente, ya son otros. Dejan de saludar, miran desde la superioridad y si te vi no me acuerdo. Al menos, hasta que se acerquen las próximas elecciones y toque ser agradable por un tiempo. Pero mientras tanto, en lo que dura la legislatura, se transforman como si fueran gremlins. Muy achuchables y de rostro adorable al principio y cuando se mojan son criaturas horribles.

Veo una fotografía en un diario digital nacional de la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, rodeada de periodistas a los que atiende mientras estos les graba las declaraciones de turno, y es difícil resistirse a pensar si ella (como el resto) no tienen la tentación de convertirse en gremlins. Cercada por las diferentes marcas de los soportes mediáticos (periódicos, televisiones y radios) se siente la protagonista del destino del mundo porque con aquello que diga o deje de decir cree (aunque no sea cierto) que es importante. Es como si Calvo o el político que fuera tuviera a mano siempre una caja de pastillas que le asegurase que su autoestima se mantiene intacta. No necesitan acudir a la farmacia por un revitalizante o visitar a su psicólogo. El poder por un periodo despeja todas sus dudas, miedos y anhelos que, como cualquier persona de la calle, aguarda latente. No es de extrañar, por lo tanto, cómo a muchos les cuesta desenchufar de esa rutina. La droga del poder es muy dura. Algunos la demandan con más ahínco que el sexo o el dinero.

Quien no ha practicado la humildad antes de la fama, difícilmente luego la alcanzará. Será preso de su ego insuflado por las circunstancias mediáticas y políticas. Una bomba personal que antes o después estallará. Solo muy pocos se salvan de custodiar un periplo de servicio político alargado en el itinerario vital. Las estrellas, las de verdad, son contadas. Por lo que acaba asomando la soberbia que es el principio del fin del político. Nubla el horizonte y carcome la inteligencia. Y, cómo no, poco a poco va forjándose su desenlace en el que sucumbirá fruto de su torpeza en la toma de decisiones. Sentirse superior a los demás puede que por un instante resulte excitante. Vaya usted a saber. Pero la abstinencia puede ser muy ardua. Sobre todo, cuando se llega a la cima no por las propias habilidades y valía. No lo dude, cuídese de los gremlins.

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