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Cotidianidad congelada

Cotidianidad congelada

Durante el primer día laborable en estado de alarma, la ciudad de Madrid ofrecía una imagen irreconocible, con calles desiertas, en contraste con algunas aglomeraciones que se formaron a primera hora en el transporte público

Jueves, 16 de julio 2020, 09:42

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En El año del pensamiento mágico, la escritora estadounidense Jean Didion recuerda la fragilidad de la existencia con una frase que hoy adquiere plena vigencia: «Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba». En nuestro caso, ciudadanos perplejos confinados por una emergencia sanitaria global inédita, la vida que conocemos ha quedado detenida, congelada en el tiempo a la espera de poder recuperar una normalidad cotidiana que ahora añoramos, incluso aquellos que hace tres días despotricaban de la sucia rutina.

La primera jornada laborable en estado de alarma Madrid ofrece una imagen irreconocible, propia de los inquietantes cuadros hiperrealistas de Antonio López, esos en los que las calles de la capital aparecen solitarias, desoladas, sin atisbo alguno de vida. La banda sonora de la ciudad es también otra, extraña, diferente a la de cualquier lunes, distinta incluso de la de un domingo, bañada de un silencio espeso y desconcertante. El sol primaveral que durante el fin de semana ejerció un efecto balsámico en el ánimo ha dicho adiós y en su lugar sobre los tejados cae una lluvia rítmica que redondea la estampa distópica en la zona cero del coronavirus.

A primera hora, sin embargo, en algunas estaciones de metro y tren de cercanías las aglomeraciones de personas que trataban de llegar a sus trabajos quebraron todas las recomendaciones sanitarias, pese a que la afluencia de pasajeros cayó un 75%. ¿Tiene sentido que las autoridades obliguen a todo el mundo a confinarse en casa un día y al siguiente haya vagones atestados en hora punta?

Las situaciones desconocidas como la que vivimos obligan a adaptar las decisiones a las circunstancias y en esta crisis el tiempo es oro, pero decidir no es fácil cuando nadie está seguro de nada. Quienes asumen la responsabilidad lo tienen complicado para acertar: hemos aprendido en carne propia que cualquier medida que se adopte antes de una pandemia parecerá exagerada y todas las que se adopten después parecerán insuficientes.

Los políticos, mientras, se retratan con sus reacciones ante la difícil prueba que atraviesa el país. Tiempo habrá de reproches, pero no es este. Todo se precipita, el cierre de fronteras hasta hace nada inimaginable es desde ayer un hecho, el Gobierno asume que el confinamiento se va a alargar y los ciudadanos muestran en su apogeo todas las caras de la condición humana: por la mañana se insultan por el volumen de la música y por la tarde aplauden en los balcones a los profesionales sanitarios. A todos nos va a hacer falta paciencia.

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