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Con Inteligencia y desde la inteligencia

Sábado, 19 de agosto 2017, 23:36

Desconozco si hay algún manual que explique con garantías totales de éxito como combatir y derrotar el terrorismo yihadismo. Y doy por hecho que no existe porque son ya varios los presidentes de Estados Unidos que creían saber cómo hacerlo y hemos visto que ni ellos, con su poder casi absoluto, lo lograban.

Estamos ante un enemigo complejo. Especialmente desafiante porque se mezclan principios extremistas que interpretan la religión como no está escrita, sino como se entendía hace medio milenio, con los elementos del siglo XXI. Especialmente con los que se inventaron para facilitar la comunicación sin fronteras entre las personas y que los bárbaros utilizan para eso mismo, pero incluyendo en ese flujo de datos mensajes alienantes y su particular estrategia del miedo. Añadamos a esto que se trata de un enemigo transfronterizo, al que no podemos frenar por más que pongamos vallas, porque o bien están ya entre nosotros, como en aquella película de terror de los años 60, o porque hablamos de ese vecino de al lado que hoy no es un yihadista, pero que esta noche, mañana o dentro de unos días puede convertirse a ese credo bárbaro alimentado por lo que ve en el internet al que accedemos el resto de personas para contemplar el gatito o el perrito de turno haciendo monerías.

A falta, por tanto, de ese manual, creo que no queda otra que apelar a una respuesta inteligente y con la Inteligencia. La mayúscula, para los servicios de información, que han de trenzar alianzas sólidas entre los países que son objetivo de los ataques y aquellos que, sin serlo, sí pueden exportar al bárbaro de turno o el mensaje de la barbarie. Porque si nos ayudamos entre unos y otros, habrá al menos una oportunidad de que el mal no se propague y gangrene los cinco continentes. En ese sentido, me quito el sombrero con la celeridad con que algunas cancillerías magrebíes condenaron el atentado de Barcelona y ofrecieron su colaboración.

En cuanto a la inteligencia en minúscula, va por las apelaciones a las bajas pasiones que se oyen estos días. Esta guerra no se ganará atrincherándose cada uno en su casa, demonizando al que parece diferente -entre otras cosas, porque tiene perfecto derecho a serlo-. Con eso, con la renuncia a la inteligencia, quiero decir, lo único que conseguiremos es parecernos bastante a los que nos atacan. Como el síndrome de Estocolmo pero al revés, de manera que queriendo secuestrar a nuestros secuestradores, habremos secuestrado nuestra inteligencia. Esa que nos ha costado tanto ganar desde aquel día en que íbamos a cuatro patas y a alguien le dio por intentar levantarse.

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