
Cómplices del racismo
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No es una leyenda urbana. El racismo campa a sus anchas en España. Desgraciadamente lo vemos día a día en nuestros campos de fútbol, pero también en tertulias de bar, en redes sociales, en discursos mitineros de cierto partido político y en manifestaciones que vinculan delincuencia a procedencia. Y no, no tienen razón los odiadores profesionales. Ser racista no está entre esos derechos para los que te ampara la Constitución. Ni figura entre las posibilidades que te garantiza la libertad de expresión. Cualquier conducta racista es delictiva y eso no tiene discusión. Aquí sí que no caben los matices.
Hoy media España habla del racismo por lo que sucedió este fin de semana en un estadio de fútbol, cuando cientos de aficionados del Atlético llamaron mono a Vinicius. Fue grave y no ha de quedar impune. Pero, con todo, el verdadero problema es que aquello no fue una anécdota, no fue una salida de tono más o menos inflada por el contexto de una mal llevada rivalidad futbolística.
Lo preocupante es que lo que sucedió en el Metropolitano no fue sino un exponente más de una realidad que muchos no quieren ver, de un mal que está enquistado en lo más profundo de nuestra sociedad. Es minoritario, sí, es verdad, pero tampoco tanto. Los racistas no son tan pocos.
Muchos lo son sin ni siquiera saberlo. Y no lo saben porque muchas veces nosotros mismos, en nuestro día a día, con nuestro mirar para otro lado o nuestro dejar hacer, no contribuimos a afearlo, a censurarlo. De alguna manera muchos de nosotros somos cómplices del racismo. Por eso sobrevive, porque el castigo social no va parejo al legal. Y eso les da aire.
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