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El azar, la tragedia y el albedrío

Bardinia ·

La vida de cada uno se desenvuelve de una manera concreta porque se han ido encadenando circunstancias que son eslabones de un destino que nos lleva a un lugar o a otro

Emilio González Déniz

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 8 de febrero 2022, 10:15

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Durante siglos se ha dado mil vueltas a la idea de si las personas tienen escrito su destino y sucederá lo que haya de ser por designio, o si por el contrario los seres humanos pueden modificar la trayectoria de su vida, aunque a esto los anteriores podrán decir que hasta esas modificaciones están escritas en el aire del determinismo. Uno de los campos en el que más se habla de ambas cosas es en los tratados teológicos del cristianismo y en los propios Evangelios, en los que se repite con bastante frecuencia que hechos como el nacimiento de Cristo en Belén, la huida a Egipto o la residencia en Nazaret sucede «para que se cumplan las escrituras», y esa misma frase sale de la boca de Jesucristo la noche del prendimiento en el huerto de Getsemaní. Por otra parte, desde los profetas del Antiguo Testamento hasta autoridades filosóficas posteriores como San Agustín, Descartes, Hobbes, Kant y otros, aluden a la libertad de elección, a favor o en contra, sea que el destino viene predeterminado o existe el albedrío de cada cual para hacer lo que considere oportuno, aunque tendrá que hacer frente a las consecuencias, buena o malas, que se generen a partir de su decisión.

Esta reflexión viene a cuento de la más reciente novela de Alexis Ravelo, Los nombres prestados, ganadora del Premio Café Gijón 2021. Pudiera ser al revés, que esta novela se produzca precisamente como consecuencia de este debate milenario en que el albedrío y el determinismo se entrecruzan en nuestra cultura judeocristiana, en la que la guarnición de este plato revuelto de mar y montaña supone una trenza en la que entran de forma tangente o secante casi todos los sistemas filosóficos y trabajos sociológicos, históricos o religiosos, sin que se haya producido ventaja notable de ninguna de las opciones, por lo que la cuestión inicial se va engordando y es probablemente una de las preguntas sin respuesta clara más cebada del pensamiento humano. Sin necesidad de ser consciente de que nos hacemos esa pregunta, está presente en el trastero de nuestra mente de manera constante, y lo curioso es que si alguien se decanta por una de las dos soluciones posibles puede reaccionar de manera tan diversa que incluso puede confundirse con otra persona que ve más clara la opción opuesta.

Alrededor de todo esto se mueven la culpa, la venganza y distintas obsesiones. Ravelo nos presenta unos hechos con apariencia de vida cotidiana, sin tremendismos ni espectaculares escenas, pero es un gota a gota que va envolviendo a quien desde la primera página empieza a hacerse preguntas leves: ¿Quién es ese chico que pasea por el bosque? ¿Qué le pasa? ¿Qué pinta un perro grande y amenazante, que luego es manso como un peluche? ¿O no? ¿Y esa mujer? ¿Y ese hombre del bigote? Son muchas preguntas las que te atan al texto, y poco a poco va abriéndose el celofán, porque se van transparentando las fortalezas y debilidades de cada protagonista, que no se sabe muy bien quiénes son y por qué han ido a parar a un pueblucho perdido y lejano?

La vida de cada uno se desenvuelve de una manera concreta porque se han ido encadenando circunstancias que son eslabones de un destino que nos lleva a un lugar o a otro. ¿Las decisiones que se tomaron cada vez también estaban predeterminadas y es un destino inexorable, o por el contrario el lugar que ocupas ahora es el resultado de las distintas elecciones que has hecho a lo largo de tu vida? Y aquí interviene un elemento con el que casi nunca se cuenta pero que está ahí: el azar. El latino Lucrecio relacionaba el albedrío con el azar, con lo cual volvemos al principio, porque si nuestra libertad depende de una especie de lotería, que a unos toca y a otros no, caminamos hacia los distintos matices del determinismo que ha habido.

Y ahí llegamos al debate que el propio autor ha puesto sobre la mesa, calladamente en la novela, y en voz alta en sus entrevistas. No existen los monstruos, todos los seres humanos pueden llegar a serlo cuando concurren ciertas circunstancias, y ahí la espiral vuelve al principio: ¿Quién decide que esas circunstancias se le den a una persona y no a otra? Ahí el pulso entre el albedrío y el destino en forma de tragedia de Sófocles combaten a cara de perro, pero yo ni siquiera vislumbro quién es el ganador. Lean la novela, pone a prueba las convicciones.

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