Asignaturas pendientes

Asistimos al recuento diario de contagios y participamos activamente sobre los debates en los que buscamos las causas y pujamos en las apuestas de cuándo y cuánto se ve a producir, por ejemplo, la vuelta a las aulas.

Todo tiene que ver con el omnipotente coronavirus. Es normal. Y no queda otra que vivir con ello por mucho que nos incomode la situación.

Lo duro es todo lo que queda aplazado. Los proyectos que se retrasan o aquellos que probablemente nunca verán la luz. Las bodas que no se celebrarán pero que obligan a una prueba de convivencia más eficaz que el propio matrimonio. Aquella idea de negocio que fue abolida por la crudeza del contexto. Un montón de casos, un millón de ejemplos. Mucha pena.

Y sobre todo esas asignaturas pendientes para los que reglan nuestra vida. A los que hay mucho por exigir pero que aprovechan la llegada del virus pata soterrar las urgencias cotidianas.

Por ejemplo, esa Las Palmas de Gran Canaria. Sucia como nunca en los últimos años, y con un complejo conflicto laboral en Limpieza que queda bajo la alfombra mientras el virus toma la ciudad y las cucarachas salen en tropel de las alcantarillas.

Esa ciudad que tiene un alcalde que prometió que nadie se quedaría atrás y al que cinco años después le pilló una pandemia con gran parte de la ciudad, sobre todo en los barrios humildes, en la cola del vagón.