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Ayer por la mañana, cuando tomaba un reconstituyente café en un receso minutado, sufrí un asalto en la cafetería. Con el líquido en el gaznate, atragantado por el desconcierto, solo pude balbucear algo ininteligible y mostrar una sonrisa tensa. Forzada. Como el cervatillo deslumbrado en la curva antes de ser atropellado. Una muchedumbre de color azul sobrexcitada invadió el lugar cogiéndonos a todos desprevenidos, violentados por mujeres y hombres sobreactuados, dopados de alegría, optimismo y ambición. Por un momento creí que eran unos primos lejanos, esos que ni siquiera ves en Navidad y tienes que repasar el árbol genealógico mentalmente parafraseando el clásico, «¿y tú, de quién eres?»

Entre risas, promesas y palabras engoladas, me obligaron a coger unos papeles. Y uno que es amable, no tuvo otro remedio que asentir con la taza en la mano y el buche de café a medio tragar. Sin mediar palabra, con un proceder robotizado, sin un protocolario «hola, ¿qué tal estás? Quizás, solo con la entrega, sin preguntar por mis preocupaciones laborales, maritales o personales, pensarían que les voy a jugar amor eterno.

Y se marcharon sin más, antes de que me terminase el cortado aún humeante. Sin un adiós cálido que me aliviase una inesperada sensación de vacío. De orfandad. Por un momento pensé que haría nuevos amigos, como los que te piden amistad en Facebook o Instagram; que aquello no sería un acto interesado. Solo cuando me di de bruces con la farola, de vuelta a la rutina, descubrí que solo me querían por aquel sobre blanco que me acababan de entregar con la misma complicidad del vecino del quinto que se te cruza de vez en cuando a la salida del ascensor. Solo que esta vez no tuve que recurrir a «lo loco que está el tiempo» para alargar la conversación. Aquella mujer despeinada, ojerosa, pero extrañamente motivada aparecía colgada de las luminarias con una sonrisa siniestra. Con algunas sesiones de peluquería y muchas horas de Photoshop.

Por un momento me sentí utilizado, no era el único ni especial. Pero de inmediato recordé que yo no voto en Las Palmas de Gran Canaria y tiré aquel sobre blanco y el panfleto de promesas imposibles en el contenedor de reciclaje de papel. Una concejala me decía esta semana que se lo jugaba todo en solo unos días... Yo le respondí que los vecinos están todos los días del año, durante los cuatro años que dura una legislatura. Son ellos los que realmente se la juegan este domingo.

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