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Arte

Papiroflexia. «El arte también es un vehículo para libertad de expresión, muchas veces incómodo» Alberto Artiles

Jueves, 1 de enero 1970

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Parece que volvemos a los días del silencio, o al menos, de discursos forzosamente coincidentes. La dictadura se cuidó de un engranaje represivo que fiscalizaba y mutilaba casi todo lo que se publicaba. En los primeros años del régimen el control se realizó con la Ley de Prensa de 1938, que fue sustituida en 1966 por la Ley de Prensa e Imprenta de Manuel Fraga y su Ministerio de Información y Turismo. La Ley Fraga supuestamente evitaba la censura previa, pues fue presentada como un documento más laxo con respecto a las publicaciones de la época. Pero cuenta la historia que en el fondo no fue así, porque incentivaba la autocensura para evitar consecuencias posteriores a la publicación. Editores y periodistas fueron sometidos a secuestros de libros, textos prohibidos y hasta el procesamiento de sus autores en el caso de que no cumpliesen los cánones establecidos.

La censura es un pilar de las dictaduras, pero también la demostración de debilidad y vunerabilidad de un gobierno. Los palanganeros gubernamentales no pueden presumir de democracia, de libertad de expresión, de Estado de Derecho, mientras haya medios de comunicación controlados o condicionados por los que gobiernan. Lo primero que hace un régimen es amordazar a los periodistas e impedir que, mediante la información y la libre expresión, el pueblo se entere acerca de lo que sucede. También pasa con el arte, minimizado por las dictaturas como meras distracciones sin reflexión ni crítica. Se reduce a humo, purpurina sin mensaje para hipnotizar al populacho.

El arte abandonó hace mucho la estética para convertirse en algo mucho más importante. Una forma de reivindicar a brochazos, de teatralizar desde un escenario o gritar mediante versos críticas e injusticias sociales. El arte también es un vehículo para libertad de expresión, muchas veces incómoda para los que gobiernan. Por eso no es de extrañar que más de medio siglo después se sigan secuestrando libros, se descuelguen cuadros o se persigan a cantantes.

La libertad de expresión, como afirmaba días atrás, no es un cajón desastre en el que cabe todo. Tampoco se debe enaltecer como paladines de la libertad a raperos o tuiteros irrespetuosos, que se amparan en su derecho o el anonimato para mancillar o escupir lo que les venga en gana. Sin embargo, a estos excesos se agarran aquellos que añoran y defienden que cualquier tiempo pasado fue mejor...

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