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Siempre se ha dicho en los bares y tabernas de Bilbao que Javier Clemente le cortó la prometedora carrera al futbolista Manu Sarabia por un asunto de faldas. Clemente es un personaje del que gusta su decisión y ese punto de chulería, uno le recuerda cuando después fue seleccionador nacional, pero nunca en un vestuario caben dos gallos. Máxime en aquel Athletic de Bilbao de comienzos de la década de los años ochenta que fue justamente el que ganó las dos últimas ligas para el club de la ría del Nervión, una de ellas conquistada en el desaparecido Estadio Insular en la última jornada que implicó el descenso de la máxima categoría de la Unión Deportiva Las Palmas.

Hacerse un hueco en aquella alineación vasca costaba Dios y ayuda, los talentos abundaban y los que disponían de trienios no dejaban la titularidad tan fácil. Sarabia era la estrella, el delantero admirado con el que Clemente tenía que haber contado siempre y no dejarlo para que entrara al campo solo avanzada la segunda parte. Si hay envidias en los ámbitos profesionales, cómo no van a aflorar en el mundo del fútbol donde se conjuga fama y dinero. Pero aquí, según la leyenda urbana, la disputa era por amores clandestinos. Algo así como sentirse como el protagonista de la película ‘El graduado’ (1967); ese Dustin Hoffman siendo seducido por la madre de la chica que luego desearía como pareja. Vamos, todo un mito juvenil. Un retrato social, una revolución sexual, contra los convencionalismos de la burguesía.

Dicen que el amor es una negociación. Y algo de cierto tiene pues, a fin de cuentas, hasta en la alcoba concurren relaciones de poder. Sí, hay una ley de la oferta y la demanda con la cual todos cotizamos al alza o a la baja en función de la valía. Lo malo es cuando ya, dicho sea en términos generales, algunos se lo toman como un tablero en el que imponer su dominio o ego. Incluso, hay quienes tratan de subyugar porque previamente otros u otras le hicieron daño y procuran ahora resarcirse con terceros que no tenían nada que ver con aquella tortura, tomadura de pelo o desahogos sexuales en los que no había correspondencia en los sentimientos y solo utilización. Aquel Athletic de Bilbao congregaba buen juego y futbolistas de primer nivel que alargaban la honorable trayectoria de una entidad histórica. Sus jugadores, entonces y actualmente, se paseaban por las calles bilbaínas como figuras. Algo así como los de la Unión Deportiva Las Palmas cuando se van de farra nocturna por la zona del Puerto pero a lo grande y puede que con más glamour. Y es que las cosas del vestuario y de las apetencias sexuales, sean verdad o no las leyendas urbanas, tienen su historia.

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