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Jueves, 1 de enero 1970

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Los perros aúllan cuando barruntan la muerte. También anticipan lo que nosotros ni siquiera somos capaces de intuir. Nos creemos los seres más evolucionados del planeta y no nos damos cuenta de que cada ser vivo tiene un proceso tan milagroso como el nuestro. Ya quisiera yo encontrar en las personas la lealtad que he encontrado en los perros que me han ido acompañando a lo largo de mi vida. Desconocemos el cerebro de los animales y solo estamos empezando a conocer el nuestro. Con el tiempo, según esos estudiosos, seremos capaces de presentir como los perros, y lo que espero es que entonces también aprendamos a ser más leales y menos complicados y belicosos.

Hace unos años, unos investigadores de la universidad de Nueva York, descubrieron que nuestros cerebros también cuentan con un etiquetado del comportamiento, y que todo lo que vivimos, por intrascendente que nos parezca, se queda grabado hasta que otra vivencia semejante lo recupera de ese olvido pasajero. Por eso los enfermos de Alzhéimer rememoran con todo lujo de detalles cada momento que vivieron en su infancia. Recuerdan nombres, cuadros que estaban en las paredes de sus casas y esos olores que nos guían siempre que emprendemos cualquier viaje en el tiempo. En el cerebro sí te puedes bañar varias veces en el río de Heráclito de Efeso. Cuando escribes te nutres de todas esas vivencias que ni siquiera sabías que habías conservado en esos recovecos que se manejan solos y que luego te sorprenden en cualquier calle, o escuchando alguna canción que aviva todos los recuerdos. Yo creo que también influye ese etiquetado tan parecido a los sistemas informáticos en el brillo de las miradas de quienes nos encontramos por la calle. Algunos creen que los demás los vemos como ellos quieren, y sin embargo es la suma de vivencias lo que hace que unos ojos resplandezcan y que otros nos parezcan tan opacos y tan hueros que casi evitamos tropezarnos directamente con ellos. La emoción se retroalimenta de lo que nosotros mismos le vayamos enseñando. Yo creo que el triunfo de los buenos tiene mucho que ver con esos compartimentos del cerebro. Las maldades se juntan con otras maldades y cuando se recuerdan acaban convirtiendo la vida de quien las llevó a cabo en un infierno. En la otra orilla, quienes han tratado de sembrar concordia terminan con esas miradas que nos devuelven los viejos que han sabido vivir sin ir pisando cadáveres por ninguna parte. Yo supongo que los perros intuyen todo eso desde hace siglos, lo mismo que otros seres vivos que no se matan entre ellos por maldad, creencias o parecidos físicos. Tranquiliza saber que todo lo vivido está a salvo en algún lugar del cerebro. Al fin y al cabo, las metáforas o los acordes no son más que pistas para que lleguemos a esas emociones que hibernan en nuestros propios universos.

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